Ximo Puig le ha puesto ya nombre y apellidos a su proyecto. Se llama La alternativa de progreso y el objetivo es sumar el mayor número posible de militantes y simpatizantes socialistas para alcanzar la Generalitat en el 2015. Porque el proyecto de Puig no es cortoplacista, no se estructura en la base para ganar el inminente congreso del PSPV, que también, es a largo plazo para poder disputarle de tú a tú a Alberto Fabra el trono de la Comunitat valenciana.

El decálogo presentado ayer está hecho en clave de partido de gobierno, que se constituye como alternativa al PPCV en una comunidad castigada por la crisis. Hay mucha autocrítica de los errores pasados, pero se mira con optimismo al futuro para construir un nuevo PSPV más abierto a la sociedad, en sintonía con sus problemas y con propuestas para solucionarlos, y menos pendiente de las guerras intestinas que tan entretenido ha tenido al partido desde que perdió las elecciones en 1995.

Puig ha visualizado una apuesta en la que rompe con ciertos criterios adscritos desde siempre al lermismo, aquellos que dicen que es la única corriente interna estructurada y hermética con verdadera capacidad de influir en todos los procesos congresuales. Rompió con esa dinámica a la hora de apoyar a Carme Chacón y ahora en su candidatura, donde ha tenido la virtud de sumar a militantes de base con gente vinculada a UGT, a Pajín, a Ciscar, alcaldes y portavoces y altos cargos del Gobierno de Zapatero en una apuesta firme de superación de familias y dando paso a la integración. Caben todos.