Aunque su carnet de identidad diga lo contrario, desde hoy muchos castellonenses son navarros. Pamplonicas, más bien. Algunos lo son ya desde ayer, cuando sonó el chupinazo desde la casa consistorial de Pamplona para dar inicio a los sanfermines. Dicen que «uno es de donde está su corazón». Y si es así, nadie va a negarles la vecindad a los que se juegan la vida en la vieja Iruña a las 8.00 horas. 7 de julio, día del santo patrón, por primera vez. Pero quedan siete mañanas más.

Hoy Alberto Guillamón Torrechiva, de Onda, ha repetido la liturgia de hace cuatro décadas. En su piso de kalea Estafeta, en el que lleva un par de días instalado. Allí está su sobrino Mateo Ferris, digno sucesor de la saga y protegido desde el cielo por el que dejó huella en la calle: «Mi ilusión desde niño es estar aquí».

Onda, uno de los referentes del bou al carrer, es uno de los municipios que más corredores aporta desde Santo Domingo a la plaza. Botijo en la curva de Mercaderes, Lluis Barraganes en Estafeta, o Joan Varella hacia Telefónica.

En les Alqueries harán lo propio con la morada de la peña El Torico que luce cada año Martín o la mítica de Marabello, que se sumará a los sanfermines el próximo martes día 11, pero en esta edición lo hará sin la compañía de su hijo David.

Maletas que encierran miedos y sueños y en las que aún hay hueco para ropa blanca y roja y esas camisetas de colorines que se admiran en Castellón y se critican en Pamplona.

A partir del próximo viernes día 14 habrá menos navarros, pero solo por otros 365 días, momento en el que el corazón de algunos castellonenses volverá a teñirse de blanco y rojo de nuevo con el chupinazo.