Cada mes de agosto y desde 2002, aparecemos en estas páginas el celebrado dibujante Lorenzo y yo mismo y para atender a los lectores nos apetece dedicar nuestra atención al Festival de Habaneras, al tiempo que seguimos buscando con anhelo el Humo de los Barcos. Es lógico que lo hagamos, puesto que dicho festival sigue siendo actual y querido por todos. Y ya conté el año pasado que, en mi ir y venir de Castellón a Benicàssim y viceversa, me había encontrado con Eduardo Calatayud, con mucha historia musical en sus maduras espaldas. Y al verme, él cogido del brazo de su esposa, Conchín, que en realidad le sostiene y anima, me miró fijamente y me empezó a cantar su canción favorita, de la que es el autor: «Dulces son las mañanitas…» Y, claro, el día lo requería y tuve que pedirle, una vez más, que me contara la historia del Festival de Habaneras, con la experiencia de haber vivido su nacimiento desde su rondalla de Los Atapulcos y las actuaciones permanentes del grupo musical del que es director. Eduardo seguía entonando su canción y dejamos para más adelante la historia de los primeros tiempos de Los Atapulcos y las habaneras. Y lo que ha salido después, ha sido esta página. Yo pienso que a Eduardo y su grupo se lo debíamos.

El profesor Mallén

Ciego de nacimiento, José Mallén Talancón era un hombre culto y de un lirismo envidiable, dominador de las formas musicales y del arte de la composición. Autor de notables composiciones, su obra Sangre Española, permitió a nuestra Banda Municipal de Castellón ganar el premio del Certamen Regional de Bandas de Música, celebrado en Valencia en el mes de agosto de 1925.

Pero considero que también es muy importante el que, desde la calle Pescadores donde vivía, junto a Vora Sequia, diera clases de solfeo y guitarra a un grupo de muchachos con los que yo tenía relación de vecindad en la calle Gobernador. Me refiero a Pepito Marín, Pepe Gas, José Marí y, claro, Eduardo Calatayud. Entre profesor y alumnos crearon un grupito musical titulado Rondalla Ribalta. Y, entre todos, hicieron fuerza para que el Ayuntamiento recuperara la Festa de la Rosa, en mayo de 1947. Después aparecería su famosa Rondalla Amapola, de chicas solamente, sus alumnas femeninas. Aunque, mientras tanto, el maestro ciego no dejaba de componer marchas, zarzuelas y operetas. Una página especial de su vida, refleja que estuvo también en Alemania para aprender interpretación y composición musical, por el Sistema Braille, que es la escritura para ciegos, representada en puntos marcados en relieve.

Una vida

Eduardo Calatayud Felip, hijo de Eduardo y Teresa, nació en Castellón el 28 de octubre de 1928. Sus padres fueron los propietarios de una tienda de comestibles en la calle Gobernador, número 47, esquina con la calle Tenerías, desde donde también se tenía acceso. Al fallecer el marido, todavía de edad intermedia, fue la señora la que estuvo al frente del establecimiento, durante muchísimos años. Antes, había nacido también Tonica, la hermana de Eduardo. Ambos, chica y chico, se incorporaron pronto a la tienda, donde el amplio vecindario tenía todo lo necesario. No existían todavía los supermercados, había que pasar por la tienda, especialmente para abastecerse de productos para hacer la comida de cada día de los vecinos.

Pero, además de la tienda y el aprendizaje del capítulo musical con el profesor Mallén, Eduardo fue al colegio de primera enseñanza Obispo Climent, al segon jardinet. En el ir y venir y en el patio del colegio, ambos, Eduardo y yo, coincidimos muy a menudo y nos hicimos buenos amigos, él unos años mayor que yo. Al fallecer también la señora Teresa, la madre, el chico Eduardo tuvo que hacerse cargo de la dirección y explotación de la tienda, época de la que guarda entrañables recuerdos, con entradas y salidas.

Tres en uno

Fueron entonces tres obligaciones. La tienda, el grupo musical Los Atapulcos y la novia. Porque, claro, todo es justo y necesario en la vida. Todo llega a su tiempo. Así, Eduardo tuvo que responsabilizarse en todas las facetas de su explotación, de la tienda de comestibles, al tiempo que colaboró decisivamente en el nacimiento del grupo musical de Los Atapulcos, que comenzó su rodaje ensayando por las noches en la propia tienda y, algo muy humano y natural, como es el vivir su noviazgo con Conchín, muy movido en su etapa inicial. Cuando se asentó y normalizó, también la chica participó desde el mostrador de la tienda.

El caso es que, al final, hubo boda. Eduardo Calatayud contrajo matrimonio con Conchín Martínez Roig, en la iglesia de Lledó, el 8 de noviembre de 1960. La ceremonia se completó en el piso superior del ermitorio con banquete y música de acompañamiento. A su debido tiempo, fueron llegando las dos hijas del matrimonio, Teresa y Conchín. Por su parte, Beatriz y Manolo, los hijos de Teresa y hay también una biznieta de Eduardo. Se trata de Claudia, hija de Beatriz. Como se ve, una cadena familiar normal y natural, que fue cultivándose a Vora Sequia, con amor a la gente.

Los Atapulcos

Desde el primer momento, Eduardo era el ritmo y el compás del grupo musical con su bandurria, además de director. La procesión y festejos del sector en homenaje a Sant Roc de Vora Séquia pienso que provocaron en cierto modo el nacimiento del grupo. Y logró que se fueran incorporando Manolo Montañés con su acordeón y su voz para cantar, Ramón Garcés, que daba tono con el violín y algún que otro arreglo musical. Siguieron Alberto Vicente a la guitarra, el espectacular Paco Gozalbo como cantante o vocalista, José Ariño y su laúd, José Luis Bernat a la guitarra, así como Nicolás López, que también se preocupaba de la percusión. Por su parte, Fernando Muñoz cuidaba de la guitarra y el contrabajo, Jesús García era el percusionista y Tomás Monferrer destacaba con su voz de tenor tan modulada.

A todos ellos les encantaba interpretar la llamada Jota de la Rosa, aquella canción de Bernat Artola a la que puso la música el maestro Rafael Roca. Es así: «El diumenge de la Rosa / la nit s’ompli de cançons / perque a l’amor li fa nosa / la claror i les raons. / Tot Castelló es un roser / i cada xica una rosa…», o los propios boleros populares.