El Periódico Mediterráneo

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Fue capaz de desarrollar una carrera militar de alta graduación y brillantez

De entre los seis hermanos Michavila Pallarés, Federico, Benjamín, María Teresa, Joaquín, María del Carmen y María Julia, he elegido hoy al primero, al otro Federico, con el que todavía puedo dialogar y que ya vino a Castellón para hacer el bachillerato en el Instituto Ribalta, hace tantísimos años. Cuando lucía el uniforme de Capitán Piloto de las Fuerzas Armadas, se enamoró de una muchacha llamada Rosario, que vivía en Barcelona, y tomaron la decisión de contraer matrimonio. Todo se preparó para el 6 de junio de 1953. Con tiempo, la reserva de hoteles para unos y otros, la iglesia y lugar del banquete. Pero, ojo, el 22 de mayo le comunicaron sus superiores a Federico que lo habían designado para el curso de Caza en la Base Aérea de Morón de la Frontera, tan deseado por él, cuya incorporación había de producirse el día 1 de junio, cinco días antes de la boda. Confiaba en que el Jefe de la Escuela le autorizase a ausentarse para la boda, aún a sabiendas del riesgo que asumía. Así que se incorporó y solicitó ver al Teniente Coronel Jefe de la Escuela y le pidió que le autorizase a salir el viernes por la noche para Barcelona, casarse y regresar a su puesto el domingo.

Bellos recuerdos

La aventura de la boda fue siempre un recuerdo saltarín pero agradable y curioso, por eso encabezo con él la página. Y, con ese tono, el ritmo de su vida ha sido frenético, muy interesante.

Del padre, es decir, de Federico Michavila Paús, médico y alcalde de l’Alcora en su tiempo, ya hablé y está en las páginas de uno de mis libros que, consecuentemente, se editaron.

El actual, una vez me repitió lo que ya había declarado Kennedy, el presidente americano, y se hizo público: «El futuro no es un regalo, es una conquista». Fue en verdad el faro que le iluminó en su camino por la vida, alabando siempre el haber nacido en un lugar y de unos padres que le transmitieron determinadas condiciones físicas, psíquicas y habilidades, que él era consciente de llevar en sus genes. Y eso le marcaba el futuro, el regalo más preciado que aseguró recibir.

Porque todo lo consideró en todo momento como el regalo del futuro. Igual que los consejos, principios y valores de sus padres, sencillos y naturales según él, pero con la sabiduría que da la vida. Y me hablaba bien de ello:

—Me educaron para que la vida tuviese sentido de trascendencia, así que soy católico y creyente. Nunca se lo agradeceré bastante, porque ese sentimiento de trascendencia me ha hecho feliz.

La decisión de volar

Después de aprender a caminar, pensar, leer y escribir entre Castellón y l’Alcora, fue estudiante de bachillerato en el Instituto Francisco Ribalta. Y como el chico quería ser militar por vocación, lo trasladaron a Madrid para preparar el ingreso en la Escuela Naval. Estudió y trabajó mucho, sábados y domingos incluidos --me dice-- hasta el extremo de que en la Academia informaron a sus padres de que podría ingresar el primer año, algo muy difícil, ya que, por cada plaza, había más de 20 aspirantes. A todos les costaba el ingreso dos o tres años.

Los exámenes tuvieron lugar en la población de Marín, en Pontevedra, y constituían durante un mes en pruebas eliminatorias. Y aunque llegó bien al final, no lo aprobaron al no tener antecedentes familiares militares y tuvo la natural sensación de injusticia con sus exámenes.

Al regresar a Madrid, unos amigos le convencieron para subir a una avioneta y ahí se dio cuenta del placer de volar. De todas maneras, ambas opciones eran instituciones militares y eso le conformó casi totalmente.

El mes de septiembre de 1945 se incorporó con gusto a la Academia General del Aire en San Javier, de Murcia, que se estaba terminando de acondicionar.

Vida militar

Y llegó a la vida militar, de la que nada conocía. En realidad se produjo un choque en un principio en su manera de ser. El orden, método, horario, no acababa de comprenderlo bien un muchacho de un pueblo como l’Alcora. Así que estuvo a punto de pedir la baja. Le frenó el disgusto que iba a dar a sus padres y el pensar en los gastos hechos hasta ese momento. Todo ello le retuvo de hacerlo, a pesar de algún que otro arresto que le impusieron.

A partir de enero empezaron a volar. Y este hecho cambió su mente, su espíritu y hasta su corazón. Cuanto más volaba, más feliz era y más fácil le resultaba manejar las avionetas de enseñanza. Los profesores estaban contentos con él y consiguió ser el primer alumno del curso en volar solo, el día 4 de marzo de 1946, fecha grabada en su mente ya para siempre.

En julio de 1949, los alumnos de la Academia recibieron el despacho ya de Teniente Piloto. 92 alumnos de los 140 que ingresaron con Federico, quien fue destinado al puesto de Asalto de la Base Aérea de Manises. El avión de combate era el Cortiss.

En 1953, ascendió a Capitán, estando en Manises. Y es cuando pensó intensamente en Rosario y en la boda. Así son las cosas.

La familia

Se conserva el recorte de un periódico de Barcelona, con el recuadro titulado ‘Enlace Michavila-Heras’, fechado el 7 de junio de 1953. Las noticias, claro, son del día anterior, del día 6, claro.

Allí se informa de que en la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, se había celebrado el enlace matrimonial de la bellísima señorita Rosario Heras Nabeus con Federico Michavila Pallarés, que lucía su uniforme de Capitán de Aviación Militar. Entre los testigos, firmó el hermano del novio, Benjamín, también en aquel momento militar y, posteriormente, padre de un Ministro del Gobierno, José María Michavila, tan vinculado a l’Alcora.

En realidad esta historia empezó el 30 de diciembre de 1924, cuando en l’Alcora nació Federico, hijo del también Federico Michavila Paús y de Carmen Pallarés Chiva, ilustres alcorinos.

El mayor de otros cinco hermanos y padre de cuatro hijos, Federico, Charo, Miguel Ángel y Gema, quedó viudo al fallecer todavía joven, Rosario. Poco después, tuvo relaciones con Teresa Herrero, que también se había quedado viuda. Tenía dos hijas, Teresa y Marta. Con ese tesoro, Federico la pidió en matrimonio, se casaron y, con el tiempo, empezaron a llegar los nietos. Hasta diez, hasta ahora.

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