Emoción, fervor, recogimiento y solemnidad en la procesión de Viernes Santo de Castellón, en la que participó más de un millar de personas en la capital de la Plana, en recuerdo de la pasión y muerte de Cristo.

A media tarde, desde cada parroquia partieron las cofradías portando a hombros sus respectivas imágenes. Todas ellas se reunieron en la plaza del Ayuntamiento, delante de la Concatedral de Santa María, desde donde salió el cortejo. En él participaron cofradías como la del Cristo de Medinaceli con la Tercera Orden Franciscana, la de Santa María Magdalena, Paz y Caridad y La Purísima Sangre, la más antigua, que cerraba la procesión.

El olor a cera de los cirios, el paso firme y pausado de los penitentes, las promesas, las camareras y los cofrades, la cadenciosa marcha de los costaleros son sensaciones que permanecerán por siempre en la memoria grabadas. Silencio respetuoso para recibir a las imágenes sacras, únicamente roto por los redobles de tambor, el sonido de las trompetas y los aplausos del público. Duelo por el Cristo exánime, penitencia impuesta en petición de perdón por los pecados.

Entre los participantes también la Hermandad de Antiguos Caballeros Legionarios y de los Caballeros Legionarios Paracaidistas que con solemnidad y de uniforme recorrió el centro, cantando el Himno de la Legión, con el Cristo de la Buena Muerte.

Capirotes, mujeres con teja y mantilla, costaleros... Todos ellos protagonistas de una procesión, de un ritual que pervive --y pervivirá por los siglos de los siglos-- acervo de una cultura y signo de identidad de un pueblo.

El momento más emotivo se produjo cuando, pasadas las diez de la noche, salió de la concatedral el Cristo Yacente y las autoridades eclesiásticas.