Aparentemente María es una chica normal. Tiene 19 años, le encanta leer y estudia una ingeniería en Diseño Industrial y Desarrollo de Productos en la Universitat Jaume I (UJI) de Castellón. Pero cuando abre la boca, sus palabras y sus expresiones la delatan. Su discurso no parece el de una chica tan joven. Porque María Monrós es superdotada. Su cociente intelectual es superior a 130 (la media es 100). Pero, cuidado, esta universitaria no es ni fue en su infancia una pequeña Mozart. Es una estudiante normal, ni buena ni mala, que saca notas brillantes si algo le apasiona pero roza el aprobado si el tema no le interesa. O le aburre.

Los padres de María tuvieron la certeza de que su hija tenía altas capacidades en tercero de Primaria. «Mi tutor les dijo que me hicieran las pruebas y el test confirmó que era superdotada», explica la joven. ¿La primera consecuencia? María se saltó un curso y de quinto de Primaria pasó a primero de la ESO.

María siempre fue una niña diferente. Y la trataban como tal. «Me gustaba mucho leer y mis inquietudes e intereses no coincidían con las niñas de Primaria que tenían mi edad. Sufrí acoso durante años», asegura. En el instituto las cosas tampoco fueron un camino de rosas. «Me aburría mucho en clase y acababa hablando y molestando a mis compañeros y, claro, los profesores censuraban mi comportamiento», describe.

Pese a tener un cociente intelectual por encima de la media, María nunca ha sido una estudiante modélica. «Hasta Bachiller viví de renta y aprobaba por picardía y porque tenía facilidad de expresión».

«Ser superdotado tiene sus ventajas y sus inconvenientes. Y con este sistema educativo tiene más de lo segundo», resume. ¿Y qué reivindica? «Que la superdotación deje se verse como un don para entenderse como una forma distinta de aprender».