Los grandes escritores del siglo XIX, muchos del XX, nos dicen que realizaron parte de su obra en los cafés de la época, también en los casinos, generadores de famosas tertulias. Muy próximo a nosotros, el narrador español Max Aub nacido en París, sitúa en el Ateneo algún pasaje de sus novelas realistas de El laberinto mágico. Puede verse en los estudios al respecto de los autores José Luis Aguirre y Juan María Calles. Entre ellos y el también catedrático de literatura Santiago Fortuño, me sitúan ante el hecho de que en la historia de nuestra cultura es muy importante la influencia del Ateneo, nacido en aquellos tiempos de la Edad de Plata. Casi cien años antes, ya se registra la aparición de otros ateneos en varias ciudades españolas y añadían a la función divulgadora de la cultura, su incidencia en el medio socio-político. Y siempre con un deseo integrador de ideologías y clases sociales de distinto signo, aunque es cierto que en todas las etapas de su camino participaron de su actividad personalidades que alcanzaron notable relieve social, es decir, vivieron el esplendor en la hierba.

En la actualidad y desde octubre de 1999 es presidente del Ateneo el catedrático y artista pintor Vicente Castell Alonso. Pero el 15 de febrero de 1925 alcanzó la presidencia por aclamación de la asamblea constitutiva celebrada en lo que era cinema Royal, el catedrático de Física y Química José de la Torre, personaje singular de la época. A ello parece que fue empujado por los auténticos inspiradores de su creación, es decir los componentes de aquel foco tan significado de la Sociedad Castellonense de Cultura, a los que hay que añadir también quienes hacían posible los momentos iniciales de la Sociedad Filarmónica, cuyo primer concierto público data de noviembre de 1923. En el conjunto de las tres instituciones, altísimo nivel intelectual, gran sensibilidad artística y un irrefrenable amor a Castellón, con apegos compartidos entre aquellos seres humanos.

LA VIDA En la turolense villa de Peñarroya de Trastavins nació José de la Torre Rebullida el 12 de marzo de 1863. En Madrid estudió la segunda enseñanza y, en la Universidad Central, la licenciatura en Físicio-Químicas, también el doctorado. Y en la capital estuvo hasta 1890. Inquieto y observador del entorno, vivió intensamente los últimos años del reinado de Alfonso XII y la regencia de María Cristina de Borbón, aquella época en la que los conservadores y los liberales se alternaban en el gobierno de forma sistemática, con los protagonismos de Cánovas y Sagasta. Ya catedrático se declaró liberal y como tal hizo un periplo como profesor de Física y Química, también Matemáticas, por Valencia y Barcelona, donde fue nombrado Socio Numerario de la Sociedad de Protección de la Ciencia. Siguió después una larga etapa en Gijón, donde ejerció como catedrático del instituto y profesor de Química Inorgánica y Electroquímica de la Escuela Superior de Industria. Y en la primera página de la nación, la mayoría de edad de Alfonso XIII y la aparición de Maura y Canalejas.

El 18 de febrero de 1915 fue nombrado catedrático de Física y Química de nuestro Instituto de Santa Clara y, a partir de 1917 del General y Técnico que ahora conocemos como de Francisco Ribalta. Pronto destacó entre el profesorado como un gran trabajador intelectual y fue nombrado primero vicedirector y desde 1920 once años como director. Curtido en cien tareas administrativas y docentes, vivió su cargo con gran provecho para Castellón durante los varios planes de estudio que soportó, tanto con la monarquía como después con la Dictadura de Primo de Rivera. Y con la firma del presidente Manuel Azaña en Orden Ministerial fue nombrado director Honorario del instituto.

Desde 1918 dirigio también el Observatorio Meteorológico y fue "hombre del tiempo" en Castellón durante nueve años, con hallazgos curiosos de gran interés para la ciencia. Su afán didáctico le permitió hablar a los castellonenses de las llamas de fuego, el gas, de la fuente iluminada que no luminosa bajando a lo doméstico como la sal de cocina y la aclaración del por qué flotan los buques desde el principio de Arquímedes y, en general, del progreso de las ciencias físicas centrado en la nueva magia de la electricidad y los sistemas de iluminación. La prensa, el aula, la tribuna, el estrado, la tertulia eran sus espacios y, en suma, fue precursor de la divulgación científica, según el profesor Miralles Conesa. También tuvo que hablar de meteorología cuando la predicción del tiempo probable no podía darse más allá de las 48 horas. Y es que era como un tiempo triste y azul.

Después de la asamblea de constitución que nombró a De la Torre Rebullida como su primer presidente, el Ateneo se estableció en un piso de la plaza de la Independencia. Y junto a él se sentaron en la primera junta Vicente Gea Mariño, Luis Revest, Francisco Betoret, Ramón Boera, Sales Boli y Fernando Puig Gil, poeta, bibliotecario, coordinador de publicaciones y primer profesor de valenciano.

Amante de la libertad, José de la Torre falleció en 1935. Su lema fue siempre el mismo: hay que premiar el mérito. La consecución del mérito por la acción de trabajar.