Poner un instrumento científico de precisión lejos, allá dónde nunca se ha estado, donde los humanos nunca hemos explorado y donde resulta bastante peligroso para una misión espacial. Eso es lo que decidieron los directores de la misión Cassini (originalmente Cassini-Huygens) de la agencia espacial estadounidense NASA, para concluir una exitosa misión de exploración del planeta Saturno, el señor de los anillos.

El ingenio espacial que orbita Saturno fue lanzado al espacio en 1997, es decir, sus instrumentos se desarrollaron a principios de los años noventa, cuando se celebraban las Olimpiadas en la ciudad de Barcelona. Si pensamos un poco sobre cual era la tecnología de la que disponíamos entonces, pensemos por ejemplo en los ordenadores y la telefonía móvil, sin duda ya comprenderemos que la misión ha sido un éxito rotundo.

Pero la herencia del proyecto Cassini nos deja mucho más y el público aún es poco consciente de ello a pesar de que esta semana ha sido portada en casi todos los medios de información e incluso el doodle de Google del pasado miércoles le fue dedicado a ella, en honor al su historia y su magnifico final programado.

La misión conjunta de NASA-ESA estaba formada por una sonda principal que toma el nombre de Giovanni Cassini en honor a uno de los primeros astrónomos en observar al telescopio Saturno, y otra sonda secundaria de descenso, que toma el nombre de Huygens en honor a otro pionero de la observación telescópica de Saturno que explicó satisfactoriamente la naturaleza de sus anillos, así como el descubrimiento de su luna principal, Titán.

Tras 7 años de viaje, la nave llegó al segundo de los grandes planetas gaseosos. En 2005 la pequeña sonda europea descendió sobre Titán, un satélite de 5100 kilómetro de diámetro y con una importante atmosfera compuesta por nubes de nitrógeno y metano, que dejaron al descubierto por primera vez la existencia de una superficie con lagos de metano liquido, y la posibilidad de albergar formas primitiva de vida.

Si la sonda Huygens aterrizaba sobre una zona sólida de la superficie de Titán y grababa por primera vez los sonidos de un mundo envuelto en fuertes vientos, su nave principal, la Cassini proseguiría su estudio de la nube de Saturno, los satélites y el sistema de anillos. Durante más de una década hemos recibido una enorme cantidad de información de este mundo, mucha más información que toda la recogida con anterioridad a las sondas que pasaron cerca. Es complicado hacer un resumen a tantos años de misión y tantos miles de fotografías -todas de acceso público en la Web de NASA- tomadas mientras tanto.

Pero si tenemos que destacar otro hito, fue el estudio de los géiseres de su luna Encelado. Sabíamos que esta luna de solo 500 kilómetros de diámetro, desde el acercamiento de la sonda espacial en 2005 presentaba penachos de vapor de agua en su polo sur. De lo estudios de varios años se pudo concluir en la identificación de más de 100 chorros que manaban de un océano de unos diez kilómetros bajo una superficie congelada, que el pasado mes de abril de 2017, se supo contenían los ingredientes necesarios para sostener formas de vida primitivas similares a las de la tierra.

Saturno empieza a ser un lugar para estudiar con más detalle, sin embargo la misión Cassini toca a su fin tras casi agotar su combustible y casi 20 años en la brecha. Para ello nada mejor que hacer que la nave se desintegre el próximo mes de septiembre sobre las nubes altas de la atmosfera del planeta, lejos de puntos de interés astrobiológico, no sin antes realizar lo que NASA llama “Cassini Grand Finale” que consistirá en 22 órbitas acrobáticas -una por semana aproximadamente- entre los anillos, centenares de miles de fragmentos de hielo y roca, y el planeta, enhebrando una aguja a más de 1200 millones de kilómetros en tan solo un espacio de algo menos de 3000 kilómetros, ala velocidad de 120000 kilómetros por hora y devolviéndonos con éxito -al menos en su primer intento este pasado miércoles- unas impresionante imágenes de la alta atmosfera del planeta y de su anillo más interior.

Y lo bueno de la tecnología que no disponíamos en Barcelona 92, es que cada uno puede ver esas imágenes cómodamente en su casa casi en tiempo real. El universo es hoy un poco más pequeño.