Mantener tantos años el interés de los lectores por el propio halo atractivo de los personajes, me ha obligado, además de usar mi propia memoria, a consultar libros y archivos, boletines y periódicos antiguos, a sentarme junto a personas de hoy para saber de sus personajes del tiempo pasado.

El siglo XIX, una parte al menos, me llega del libro Camino de Perfección, del legendario Pío Baroja y a través de mi amigo el profesor y escritor José Luis Aguirre, que se nos acaba de ir ya para siempre. Con ellos, atrapo hoy a gran número de seres humanos para ir rellenando mi catálogo.

Para empezar, encuentro en el archivo unos recuadros de dicho siglo en los que me sitúan ante lo que podríamos llamar “Estructura socioprofesional” de nuestros castellonenses de hace casi doscientos años. Y junto a los casi mil labradores, hay 60 entre ganaderos, pastores y pescadores. Entre los veintitantos que trabajan en el mundo en cada una de las ramas de la albañilería, la metalurgia, la madera, el calzado y el pan, hay 400 que se dedican a la industria y el comercio textil. Entre el comercio en general, el transporte y un capítulo de ‘varios’ hay en total un centenar, cincuenta están entre los llamados ‘privilegiados’ y ‘al servicio de la iglesia’. Los primeros pertenecen a la más alta burguesía. Y, atención, hay un censo de 13 cargos públicos o políticos. ¡Qué cosas…! Censados, ni uno más he encontrado.

PANORÁMICA // Avanzando en el tiempo, en el año 1857, el número de habitantes era ya de 19.945. La ciudad era capital de provincia, con todas las oficinas propias de esta categoría: ayuntamiento, aduana de 4ª clase, administración subalterna de correos y cabeza de partido judicial, dependiente de la Audiencia Territorial de Valencia. Militarmente pertenecía a la Capitanía General de Valencia. Marítimamente, al Departamento de Cartagena, y eclesiásticamente, a la Diócesis de Tortosa.

Unos años más tarde, Pío Baroja escribió de Castellón: “El pueblo es grande. Cuando llegué, las calles estaban inundadas de sol, reverberaban vivida claridad las casas blancas, amarillas, azules, continuadas por tapias y paredes que limitan huertas y corrales. A lo lejos se veía el mar y una carretera blanca, polvorienta, entre árboles altos, que termina con normalidad en el puerto.

Se sentía en todo el pueblo un enorme silencio, interrumpido solamente por el cacareo de algún gallo. El tartanero, a quien dije donde me dirigía, paró la tartana en una callejuela que tiene a ambos lados casas blancas, rebosantes de luz. Llamé y entré en el zaguán. Mi tío salió a recibirme, me conoció, me dio la mano, pagó al tartanero e hizo que una muchacha de la casa subiese la maleta al piso de arriba”.

LA PERFECCIÓN // “Salí al balcón --seguía contando Pío Baroja--; el pueblo estaba silencioso; las casas, con sus persianas verdes sus ventanas y puertas cerradas, parecían abstraídas en perezonas meditaciones. De vez en cuando pasaban algunas palomas, haciendo zumbar el aire suave y ligeramente con sus alas…”

Baroja, con la actual ayuda del profesor Aguirre, iban describiendo rasgos característicos de Castellón: “La ciudad presentaba por esos años, alrededor de su perímetro, restos de antiguas murallas, que se iban desmoronando lentamente. Habían sido casi improvisados para defenderse de las tropas carlistas de Cabrera. En estas defensas se abrían seis puertas con fosos y baterías. Dentro de este registro defensivo, se levantaban 3.300 casas, casi en su totalidad de planta baja y un piso, habitadas por una sola familia…/… las casas estaban distribuidas en 49 calles, rectas, anchas y muy llanas, sin empedrar, con buenas aceras y de noche alumbradas con reverberos de estilo moderno. A su vez, las calles se agrupaban en 3 distritos y en 9 barrios, presididos por la correspondiente iglesia parroquial: Santa María, San Juan, San Nicolás, San Pedro, San Agustín, Santo Tomás, San Roque, San Félix y la Trinidad. El trazado geométrico de las calles de la ciudad, se conservaba desde su fundación en su tiempo”.

DONDE SE VIVE // Una serie de calles rectas y paralelas, cruzadas en ángulo recto por otras, las plazas como lugares de reunión y mercado. Aquí está la vida de los seres humanos. Debemos destacar cuatro calles, orientadas de norte y a sur: calle Mayor con los conventos de los Agustinos y Clarisas. La de Enmedio, con la iglesia de San Miguel. La de Arriba, con la ermita ciudadana de San Juan Bautista. Y la de Caballeros. Por su parte, de este a oeste, la vía principal era la de Zapateros --hoy es Colón-- con las tiendas más importantes de la ciudad.

Entre las plazas destacaban la de la Constitución --hoy es la plaza Mayor--, donde se celebraba mercado semanalmente, cerrada en dos de sus flancos por el Ayuntamiento y la iglesia de Santa María, con su torre exenta, gótica --el Campanar--. La plaza del Rey, donde se celebraba mercado los lunes. La de la Pescadería, zoco de aves, pescados y carnes. La del Real, para el abastecimiento de leña. La de María Agustina --el Toll-- por discurrir por ella la acequia mayor. La plaza del Ravalet, junto a la del Rey, mercado de mulas, caballos y cerdos, con un pozo que surtía de agua a toda la parte alta de la ciudad. La del Hospital, la de las Aulas de Latinidad convertidas en escuelas. Y las de las Balsas y Pescadores.

LA TERTULIA // En la tertulia de la página, vemos también en la imaginación a don Eduardo Codina, que referente a los marjales dijo: “El paisaje agrario ofrece una armónica complejidad de aspectos totalmente nuevos y una bellísima escala de tonos, calidades y matices…”

Pascual Madoz, el historiador, afirmó que los habitantes de Castellón, muy trabajadores “eran vivos y risueños, de un carácter alegre, bullicioso, de formas bellas y suaves, joviales y francos con los amigos, muy amantes de diversiones y fiestas…”.

Y al incorporarse el literato don Ricardo Carreras, uno de los fundadores de la Sociedad Castellonenca de Cultura, se trajo consigo la poesía para hablar de la noche: “… Un anochecer de primavera espléndido; se veían por todas partes huertos verdes de naranjos, y en medio se destacaba las casas blancas y las barracas, también blancas, de techo negruzco. Sonaron a lo lejos las campanas del Ángelus, últimos suspiros de la tarde. El cielo se llenaba lentamente de mágicas estrellas; envolvía la tierra en su cúpula azul como un manto cargado de bellos diamantes...”. H