María José Montiel revalidó anoche en Benicàssim en un Teatro Municipal abarrotado, la posición de privilegio que tiene en el mundo de la ópera poniendo de pie a todo el publico y ofreciendo tres propinas para satisfacer los aplausos que fueron el tango El dia que me quieras, La violetera y las Seguidillas de Carmen.

Un programa con dos partes bien diferenciadas en carácter e intención permitió a la mezzo madrileña manifestar su musicalidad extrema, adaptándose a la particularidad de cada una de las piezas del plural repertorio, con fidelidad a las partituras y al espíritu musical que destilan. Una voz amplia, intensa, radiante en todo el registro, de expansiva morbidez, rica en matices, fue el vehículo con el que puso de manifiesto su sensibilidad y su talento interpretativo.

La primera parte, prevista en principio como segunda en el programa de mano, María José llevó al disco en celebradas versiones. Espíritu de aria barroca en la pieza de Hann, con esmedado uso del cantábile. Exquisitez rítmica en las piezas de Montsalvatge, en particular en la cadenciosa delicada, y sutil nana criolla y acento de intención, paisaje y paisanaje en los fados de Ovalle con un fiato de cátedra y ternura en la nana y sentimiento a flor de piel en la moça que cerró el repertorio de Halfter.

En la segunda parte, Montiel fue exquisita en el descriptivo, lírico y delicado relato del aria de Mignon; afligida, sentimental y doliente en el racconto de las lágrimas de Charlotte de Werther, precedida de un afligido solo de corno inglés a cargo de un inspirado Roberto Turlo, que puso en situación a la audiencia sobre el esencia de la página. En las dos arias de Carmen, hubo sensualidad en la habanera, luciendo un amplio registro central de intenso desplante en su sincopado vaivén, y pasión desbordada en la vibrante seguidilla de vital y acelerado frenesí. Pero tenía que llegar la cautivadora declaración de amor de Dalila a Sansón, para que pudiéramos apreciar una versión poética apasionada, seductora, voluptuosa y exquisita a un tiempo, de una de las páginas de melodía más hermosa e inspirada del catálogo operístico.

No podemos olvidar al grupo de cámara que la acompañó, que se acomodó, a la naturaleza de cada obra, sin perder fidelidad al espíritu de las partituras, algo que conviene encomiar a la inteligente instrumentación de Saúl Gómez.