La industria cerámica tiene un largo expediente de éxitos y de profesionalidad a la hora de trabajar. A lo largo de su historia, puede presumir de ser uno de los sectores con menor índice de conflictividad laboral y que goza de mayor paz social, gracias precisamente a llevar a cabo un gran ejercicio de diálogo social entre empresarios y sindicatos. De hecho, solo una vez en su historia ha tenido que padecer una huelga.

De ahí que no parezca justo que unos pocos, los estibadores portuarios, esa pieza clave para la carga y descarga de los barcos, sean capaces de poner en jaque a todo un sector con la amenaza de huelga que acaban de retomar.

Ojo, las huelgas son un derecho constitucional que no estoy poniendo en duda. Lo que sí es más dudoso es que un pequeño grupo de 150 personas pueda imponer las condiciones a una industria que genera unas ventas de 3.300 millones anuales y 15.500 trabajadores directos, por no hablar de todos los indirectos.

Tanto derecho tienen unos a hacer huelga como las empresas a trabajar y prestar servicio a sus clientes.

Los estibadores son conscientes, y lo saben, porque ya ha ocurrido en el resto de Europa, que el sistema feudal con el que actúan, tiene los días contados. Y lícito es que traten de retener sus ventajas. Pero no a costa de los demás. El diálogo es la única solución. El sector no se merece ser moneda de cambio.