El coronavirus se ha convertido en un aliado inesperado contra la despoblación en Castellón. Las mayores restricciones que hay en las ciudades a raíz de la pandemia han animado a cientos de personas a dejar su residencia en las grandes urbes y apostar por la proximidad con la naturaleza y las condiciones menos estrictas ante posibles nuevos confinamientos que ofrecen muchos municipios del interior. Ese pequeño éxodo se ha traducido en un repunte considerable del número de empadronamientos desde la declaración del estado de alarma, en marzo.

En Llucena, por ejemplo, con una población de unos 1.300 habitantes, 35 personas se han añadido al padrón durante los últimos seis meses, mientras que Figueroles, con 520, ha sumado otros 10 vecinos de forma oficial (seis ya residían en la localidad y se han animado a dar el paso de empadronarse, mientras que los otros cuatro son nuevos residentes).

También paradigmático resulta el caso de Castillo de Villamalefa, un pequeño pueblo del Alto Mijares con unos 100 habitantes (aunque solo 35 viviendo realmente), en el que han registrado cinco nuevas altas desde la eclosión de la pandemia, especialmente en la pedanía de Cedramán.

Aumento de alumnos en los colegios

En Els Ports también han experimentado este crecimiento inusual de empadronados. En Morella han sido seis las familias que han decidido fijar su residencia en la capital de la comarca y en Forcall, otras tres se han trasladado a vivir de forma continua en el pueblo. Este repunte de vecinos ha conllevado un aumento reseñable del número de alumnos en los centros escolares. Así, el Colegio Rural Agrupado (CRA) Celumbres, en Cinctorres, tiene cinco nuevos estudiantes y el CRA Els Ports, en Forcall, ha sumado cuatro caras nuevas. De la misma forma, en el colegio Mare de Déu de Vallivana de Morella también tienen nuevos escolares en varios cursos.

Según explican los alcaldes, todo este incremento de personas en el censo solo supone la punta del iceberg, ya que hay muchas personas que se han instalado en estas localidades que no están empadronadas, lo que es imposible de cuantificar. Así lo expone el primer edil de Vilar de Canes, José María Domínguez, que, aunque en el pueblo hay censados unos 170 habitantes, ahora mismo «habrá viviendo cerca de 300 personas».

«La pandemia ha hecho aflorar las condiciones de vida de los pueblos»

El alcalde de Forcall y diputado provincial de Desarrollo Rural, Santi Pérez, pone en valor que el virus -«que tanto daño está causando»- ha servido para «aflorar las condiciones de vida que tenemos en los pueblos pequeños, lo que ha motivado este retorno de familias». A su juicio, la proximidad con la naturaleza, el menor número de habitantes y la posibilidad de escapar de núcleos densamente poblados han sido los motivos que más han pesado estas personas para tomar la decisión de volver a su localidad de origen. Todos tienen un perfil similar: «Algunos son nacidos en el pueblo y después se trasladaron a otras ciudades para trabajar, otros tienen segunda residencia o familiares».

El teletrabajo, una práctica a mejorar

Muchos de estos nuevos vecinos han podido afincarse en estas poblaciones gracias al teletrabajo, una modalidad laboral que requiere una buena conexión a internet y que no en todos los casos la experiencia resulta cómoda debido a los problemas de red. Un problema que se acentúa aún más en las masías o núcleos diseminados respecto al casco urbano, donde trabajar a distancia resulta casi una odisea. «En estas zonas no podemos llevar la fibra porque apenas hay cobertura móvil, son condiciones tercermundistas», asevera el alcalde de Llucena, David Monferrer.

Fruto de ese déficit de conectividad, el PP provincial urge a la Diputación que ponga en marcha un plan «ambicioso» para mitigar la brecha digital en el interior. «Es una barrera en la creación de empleo y oportunidades», lamenta el portavoz popular, Vicent Sales.