El ruido de los cascos de los caballos marcaba el ritmo como melodía inicial para abrir paso al evento donde más diversidad de especies se puede contabilizar de cuantos se celebran a lo largo del año en la Vall d’Uixó.

Aunque en sus orígenes se trataba de una cita claramente devocional, dado que los propietarios de los animales de granja o labranza sentían la necesidad de recibir la intercesión divina para garantizar su salud, como piezas fundamentales que eran para su trabajo y, en consecuencia, para su sustento, hoy en día tiene mucho más de pagano y folclórico, a pesar de que la conclusión es la misma: el agua bendita rocía a cuantos el día de Sant Antoni sacan a pasear a sus animales para participar en tan pintoresca celebración.

El mismo panadero de los últimos años se encargó de confeccionar los 3.000 rotllos que se repartieron entre los propietarios que se acercaron a la plaza de la Asunción, de los que siempre se reservan unos cuantos para distribuirlos por las diferentes residencias de la ciudad, porque la fiesta de Sant Antoni es de todos, tengan o no animales a su cargo. Así lo atestiguan las cientos de personas que, sin formar parte activa del pasacalle, se concentran a lo largo del recorrido para comprobar que aunque los perros, gatos o caballos son los más numerosos, en los domicilios de algunos vecinos habitan ejemplares de lo más variopintos y exóticos, «algunos no los había visto antes», aseguró el concejal de Fiestas, Lluís Diago, que también recordó que la asociación organizadora, Genets i Carreters, lleva 33 años haciéndose cargo de una tradición que se había perdido, dando por bueno el lema que repite como un mantra su presidente, Vicent Callau Ventura: «Para saber dónde vas, tienes que saber de dónde vienes».