Tras décadas olvidados, algunos de los núcleos poblacionales de Els Ports y Alt Millars resurgen de sus cenizas gracias a una nueva tendencia impulsada, sobre todo, por la gente joven. Y es que la curiosidad por descubrir estos recónditos lugares o la necesidad de retomar el pasado de algunos familiares han conseguido que algunas comarcas de Castellón, donde este fenómeno se ha producido con mayor intensidad, vuelvan a la vida después de varios años de decadencia.

El interés de reconstruir lugares deshabitados y en ruinas y de dotarlos de buenas condiciones para poder residir en ellos parece haber aumentado con el paso del tiempo. Macizos, aldeas y parajes se transforman en las piezas de un puzle que, poco a poco, va tomando forma en nuestros días.

A través de Agustí Hernández y de su obra Pobles valencians abandonats. La memòria del silenci, salen a la luz un sinfín de pueblos, como la Saranyana, Bel, la Reduela o Herbeset. “Se trata de pequeños territorios que, a pesar de estar situados cerca de unidades poblacionales más grandes, el difícil acceso a ellos ha debilitado su fortaleza cultural y alimentado su lenta y paulatina erosión en el tiempo”, remarca el experto.

No obstante, hoy en día mucha gente desea conocer estos lugares, “bien por satisfacer su curiosidad o bien por vivir nuevas experiencias en la naturaleza”, argumenta. Lo cierto es que, gracias a ello, muchos de estos recovecos ya están en proceso de rehabitación y el número de personas empadronadas crece con el paso de las generaciones.

Así pues, se ha logrado, por ejemplo, asfaltar el camino de Arteas de Arriba y etiquetar la Saranyana como núcleo poblacional. Todo forma parte de un proyecto actual inmerso en un viaje constante en el tiempo en el que vivieron, quizás, familiares y amigos, y que cobra más peso en una generación que lucha por descubrir sus raíces. H