El próximo 17 de julio se cumplen 70 años del comienzo de la guerra civil española, considerada por muchos como el cruel preámbulo de la segunda guerra mundial. Un triste acontecimiento que trascendió las fronteras de nuestro país y que vivió uno de sus episodios más singulares en la localidad castellonense de Vilafamés.

Es en su término municipal donde se encuentra la Cova del Bolimini, sin ninguna duda, el lugar más querido por los vecinos de la población que vivieron el conflicto de 1936. Escondida entre una frondosa vegetación de pinos y algarrobos, prácticamente invisible para los ojos del forastero, la cueva se convirtió en el único refugio seguro durante los años que duró la cruel contienda.

Tras el inicio del conflicto bélico, los fusilamientos, el expolio de los bienes y los incesantes bombardeos no tardaron en sacudir la localidad. Especialmente estos últimos, ya que Vilafamés contaba por aquel entonces con un campo de aviación que lo convertía en objetivo militar de primer orden. La crudeza de los bombardeos motivó que la práctica totalidad de los 800 vecinos de la localidad emprendieran un éxodo común, lejos de las miserias que conllevaba la guerra.

Los habitantes sabían perfectamente que saliendo de Vilafamés, en dirección a San Juan de Moró, a unos dos kilómetros de la población, se encontraba la cueva del Bolimini, santuario prehistórico y yacimiento de tumbas de la época romana.

Manolo Marz , personaje clave en la historia de la localidad, excelente cronista y un ejemplo de devoción a su pueblo, recordó la vital importancia de la gruta del Bolimini durante el conflicto: "Fue una verdadera Arca de Noé y también un ejemplo de convivencia entre vecinos; en la cueva había vecinos de las dos ideologías, porque temían por igual a republicanos que a nacionales". Y añadió en su relato: "Había refugiados que durante el día salían de la cueva hasta la llegada de la noche, por si los buscaban dentro".

Marz apuntó que "de hecho, hubo numerosas ocasiones en las que las tropas de uno y otro bando vinieron a buscar a algún vecino en concreto, para fusilarlo, pero siempre se encontraban la misma respuesta: El que buscas no está aquí dentro". La imposibilidad de identificar a alguien en la oscuridad de la gruta, hacían el resto.

Los refugiados nunca dejaron de funcionar como una perfecta organización: montaban guardias por turnos en el exterior, se organizaban para traer alimentos o construían nuevos refugios en las masías abandonadas. "La Cova del Bolimini se convirtió en lo más parecido a una tribu que aprendió a convivir con la más absoluta oscuridad; mientras las bombas caían en el exterior, la vida continuaba en el interior", manifestó Marz . Las mujeres daban a luz en la cueva, los niños continuaban con sus clases entre estalactitas y el resto de vecinos recolectaban agua de las cavidades superiores.

El papel del maestro

Uno de los que más contribuyó a esa cierta cotidianeidad fue Cesáreo Pérez, el maestro de la localidad, quien cada día "pasaba lista" a la entrada de la cueva, como hacía en su escuela, recuerda Marz . El exilio de los vecinos de Vilafamés se mantuvo hasta el 12 de junio de 1938, fecha en la que la población fue "liberada por las tropas nacionales".

Una placa conmemorativa sobre la entrada a la cueva, rememora aún hoy aquellos trágicos meses: "Loado sea Dios. Esta gruta fue el refugio salvador de los habitantes de Vilafamés en las horas trágicas y angustiosas que precedieron a la liberación de la villa por las gloriosas tropas del generalísimo Franco". Durante muchos años, esta fecha se conmemoró como la de la liberación de Los refugiados de la Bolimini, con una romería y una misa de acción de gracias. Una hermosa peregrinación, perdida, que los responsables municipales deberían plantearse recuperar. La memoria de los refugiados se lo merece; la Cova del Bolimini, también.