Las altas y frías cumbres de la Sierra de El Toro todavía guardan bajo una superficie pedregosa salpicada de pinos y carrascas, los cadáveres de cientos de soldados republicanos muertos en los duros combates de los últimos meses de la guerra civil.

Cuando se están poniendo de moda las excavaciones arqueológicas para extraer de las fosas comunes y el olvido los cuerpos de los numerosos muertos ocasionados antes, durante y después del conflicto, al objeto de recuperar la memoria histórica, unos vecinos de El Toro quieren recordar que en una amplia zona de la comarca del Palancia, los restos de un buen número de soldados todavía permanecen en los lugares donde murieron.

El fin de la batalla llegó tarde y pasó rápido porque, una vez más, los vencedores se olvidaron de los vencidos dejando sus cuerpos a merced de las alimañas, hasta que alguien, semanas después del alto el fuego, ordenó enterrar a los muertos.

LOS BANDOS "A este lado estábamos los rojos y al otro los nacionales. Su posición era más alta y tal vez por ello pudieron dominarnos", señala Vicente Belmonte, uno de los supervivientes de aquella lucha por la dignidad. Hoy tiene 84 años y con 17 fue llamado a defender el tercer color de la bandera, el morado, y lo hizo en Andalucía, Toledo y Teruel.

"¿Qué republicano era yo con 18 años? --se pregunta-- Nada. Pero por ser de familia republicana me cogieron a la fuerza los nacionales para trabajar gratis arreglando caminos".

Cuando terminó la guerra y como castigo fue reclutado por el ejército franquista para limpiar los montes de su propio pueblo. "Eramos 25 personas y en veintitrés días enterramos a 1.300 militares desde Manzanera a Peña Escabia, en un trayecto de unos 15 kilómetros, muchos de ellos en las trincheras donde murieron y con las propias piedras de los muros; todo era piedra, no había tierra y sólo en algunos lugares podíamos hacerlo en fosas comunes". afirma.

LA PRUEBA Las piedras guardan silencio, pero en las escasas zonas de tierra, un tipo de plantas llamadas calambrujeras denuncian la presencia de materia orgánica en el subsuelo. Los arqueólogos lo saben muy bien.

Uno de estos lugares es el Pozo Junco, donde hay enterradas 25 personas; otro es la Nevera Honda con 175 enterrados; más cerca del pueblo está la zona del Molinete, donde se levantaba un campo de concentración, con una cifra sin determinar de fallecidos, también en el Monte de los Muertos y en otros tantos lugares repartidos por las irregulares y abruptas superficies de los montes del Palancia.

Se calcula que cerca de diez mil soldados murieron en estos confines de la provincia de Castellón, limítrofes con los de Valencia y Teruel. Evidentemente no todos fueron republicanos, también murieron muchos nacionales, principalmente moros; pero estos tuvieron un trato distinto, más humano. Sus compañeros en la victoria los llevaron a sitios adecuados y, aunque también en fosas comunes, muchos de ellos descansan en el cementerio o fueron trasladados a sus lugares de origen.

"Los bajaban de la sierra en mulos, carros o en camionetas y los dejaban en el cementerio con los nombres escritos en papeles y metidos en botellas para que las familias que venían a reconocerlos pudieran identificarlos", comenta José Orduña, exalcalde de la localidad.

Los que quedaron fueron enterrados con nombres y apellidos, bien en el cementerio cristiano o en el moro que aún existe a las afueras de la población.

PETICIÓN Fueron tantos los muertos y se trataba de zonas de tan difícil acceso que en mayo de 1939 el alcalde de la localidad turolense de Abejuela, limítrofe con El Toro, se dirigía a su homónimo de esta localidad rogándole que "por sentimientos cristianos y por respeto a la dignidad humana" procediera al enterramiento de los cadáveres que estaban abandonados en el término municipal.

Y también, ya en 1950, el gobernador civil de Castellón remitía un escrito al juez de paz de El Toro, comunicándole que todavía "existen restos humanos sin enterrar, que se suponen proceden de la Guerra de la Liberación". Y ya habían pasado once años desde los últimos combates entre soldados.

PRESENTE En los montes de El Toro la presencia de la guerra todavía se palpa sobre la tierra: pequeños y grandes pozos dejados por las bombas y los morteros, restos de metralla y de las granadas tipo cerveza que utilizaban los nacionales, latas y botes de comida, algún hueso y peines de munición entre kilómetros y kilómetros de trincheras cavadas en la piedra y un viento siempre frío que cuando sopla recuerda el temido silbido de las balas rozando las cabezas de los soldados. Con la calma impera el silencio, respetuoso y profundo, que merecen los muertos.