Dicen que Diógenes andaba buscando a un «hombre» en pleno día… sin encontrarlo. Y recordando esta búsqueda pensaba yo en el conocido pasaje del Génesis cuando Abraham, ante la anunciada destrucción de Sodoma y Gomorra, preguntaba angustiado a Dios: «¿Es que vas a destruir al culpable con el inocente? Si hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás…?» Y de esa forma proseguía insistentemente, rebajando la cifra hasta un total de diez. En una ciudad como aquella no aparecían ni tan solo diez justos.

TRASLADANDO LA búsqueda a nuestros tiempos, con las debidas reservas y el respectivo distanciamiento, por supuesto, parece que resulta difícil el hallazgo de los justos, aunque haberlos, haylos. La corrupción, en cambio, amplía su espectro en ámbitos tan diferentes como la banca, la política o los deportes, por citar algunos de los más publicados últimamente en los medios de comunicación. Su constelación es todavía más diversa: extorsiones, peculados, colusiones, sobornos, fraude, tráfico de influencias y otras prácticas inclasificables. La corrupción es poliédrica y camaleónica.

Una práctica antiética, pero similar, se refleja en otros ámbitos como es la percepción económica desmesurada o desproporcionada por personas protagonistas de ciertas actividades, aparentemente éticas, con cifras millonarias, pero realmente afrentosas para quienes dependen de salarios injustos, aunque legales. ¡Abraham, por favor, no preguntes más, no sea que el fuego y el azufre nos entierren como en Sodoma!

*Profesor