Muchos son los compatriotas que se van fuera, por estudios, trabajo o de viaje, durante periodos cortos o largos, a veces para siempre. En ocasiones cerca, como a Europa, y otras lejos, al otro extremo del mundo. Los que se encuentran en esa situación normalmente empiezan con mucho entusiasmo pero a medida que pasa el tiempo, y por bien que te vaya, cada vez extrañas más tu tierra y lo que dejaste atrás. Sobre todo familia y amigos, tu entorno, incluso el vecino pesado. Tus cosas: cama, almohada, sofá o baño. El clima, que es una maravilla, el cielo azul brillante, el sol, tras un mes nublado, te cambia hasta el carácter. La gastronomía, el jamón, la paella de los domingos, el aceite, el vino, el bocata de calamares, la tortilla, el pan, las pipas, las tapas, los pinchos. La dieta mediterránea, la mejor del mundo, y los bares de siempre a la vuelta de la esquina. Nuestro sistema de vida, la improvisación, el salir a tomar algo que se vuelve una cena y acaba con una noche de francachela. La vida en la calle, las terrazas, las tertulias y sobremesas. Los horarios, comer a las 3, cenar a las 10 y dormir cuando sea. La siesta reparadora. El sentido del humor, la ironía y los chistes. Las vacaciones, fiestas y juergas. Las persianas que tanto ayudan a dormir y que no se sabe porque no están en otras latitudes. La eñe y las tildes del ordenador. Y el idioma español que te hace reconocer a los compatriotas y entenderte en casi todo el orbe.

Y esa añoranza la tienen incluso los más reacios al patriotismo, o los que se creen más internacionales. Estando fuera, ¡cómo se echa de menos España!

*Notario