Nuestra sociedad está tan acostumbrada a la doble moral y nuestra ciudadanía arrastra tanta carga de hipocresía que ha olvidado que la justicia no se alcanza sin solidaridad. A todos se nos llena la boca criticando la xenofobia, el temor y odio al extranjero, pero nos molesta que hurguen en nuestra basura, al igual que nos deja indiferentes el drama de los refugiados. De no ser así, no aguantaríamos la vergüenza de un gobierno que se ríe de nuestros compromisos de acogida.

Sin embargo, si nos paramos a pensar, vemos que no tratamos igual a todos los que vienen de fuera. Si vienen con dinero y pueden dar algo a cambio, son bien recibidos. Tenemos a millones de turistas, motor de nuestra economía, a quienes ofrecemos nuestra hospitalidad. Tenemos a los emigrantes ricos que basta con que compren viviendas caras o hagan negocios, sin importarnos mucho el origen del dinero, para que obtengan la carta de residencia. ¿No son extranjeros?

EL NUEVO libro de Adela Cortina es capaz de dar nombre a la patología social que subyace a la xenofobia, al racismo y a fundamentalismos de todo tipo. Aporofobia, el rechazo al pobre, es su título y, de forma clara y sencilla, a la vez que bien argumentada, nos explica que la raíz del problema no son los emigrantes sino los emigrantes pobres y los refugiados políticos. Es decir, el desprecio y la hostilidad hacia quienes, al menos aparentemente, no pueden darnos nada a cambio. Un neologismo que ella misma propuso hace más de veinte años para mostrar una lacra que hoy ha convertido en un cementerio el espacio común de donde procedemos.

*Catedrático de Ética