La otra tarde en expedito diálogo, entremezclado con sorbos de cerveza (me resisto a dar la marca porque sería publicidad secundaria, por más que algún lector me lo agradecería porque la verdad es que es muy buena) con mi amigo Miguel Blasco, salieron a colación los años escolares en la primaria previos al examen de ingreso en el instituto. Sin duda festivas remembranzas de más de 60 años de abuelos sentimentales, en las que en las que compareció la diaria lectura que ante el maestro, en círculo, llevábamos a cabo de una versión reducida de El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha que este comentarista aún conserva.

La memoria aún era fértil, para recordar (no sin cierto esfuerzo) algunas frases o vocablos, que figuran en la impar novela de Cervantes. La primera locución que vino al recuerdo fue «troche y moche». Comparecieron después como arcaicos sinónimos de cabeza o pensamiento, caletre (de la tercera declinación latina), magín (contracción de imaginar), mollera (también del latín mollis, con el sufijo era), mocha (de incierto origen, pero que significa que carece de remate).

SIN DUDA, la menor acción conversacional de los que aún no peinan canas, la menguada afición lectura y el uso habitualísimo de los celulares cibernéticos para despejar de inmediato cualquier duda o para comunicarse telegráficamente, hacen que vocablos como los citados no figuren ya en el léxico de las jóvenes generaciones. ¡Lástima!

Empecinado en mi quijotismo literario yo aún añadiría: cacumen, chaveta, molondra, cerviz o chola.

*Cronista oficial de Castellón