La semana pasada estábamos mi socio y yo en Alicante tomando un café antes de una reunión y comentábamos la chilenización que sufre la Comunitat Valenciana. Me refiero al efecto de tener un territorio alargado, pegado al mar. Casi como Chile, que es un churro de país (entiéndase de es un churro por su forma alargada), un país en el que en el medio está Santiago de Chile como capital. Justo en la mitad del país, casi partiéndolo en dos.

Pues bien, nosotros, los valencianos, también tenemos la gran zona metropolitana que parte en dos nuestro país. València, una capital que, más que vertebrar, lo que hace es separar.

Comentábamos, mi socio y yo que los de Alicante y los de Castellón apenas nos conocemos. Los de aquí sabemos que existe Benidorm y los de allí que en Castellón existe Marina d’Or. Y poco más.

Los de Castellón y los de Alicante nos conocemos como esos primos lejanos que se ven en caso de alguna celebración familiar. No como hermanos que suelen conocerse más. Y, además, a nosotros, a nuestra provincia nos ha tocado el papel de la Patagonia en este símil territorial. Una provincia despoblada con apenas medio millón de almas que moran en su mayoría en la franja costera. Con unos recursos naturales importantes pero abandonados.

Valencia, desde siempre, ha supuesto un tapón para la relación entre Alicante y Castellón. Eso se llama desvertebración del territorio. Y es que las diferencias en nuestra Comunitat no se producen entre el interior y la costa, sino también entre el norte y el sur. Y no es precisamente que los del norte que salgamos ganando. Ni muchísimo menos.

*Abogado. Urbanista