Una expresión que siempre me ha hecho gracia es la de «coger las de Villadiego» y no solo porque sea el título de una conocida revista de los mismos autores de la aún más popular Las leandras, que también estrenó, hace casi un siglo, la despampanante Celia Gámez. En el pasado mes de agosto me topé con ella (es obvio que me refiero a la frase, no a la vedete argentina) leyendo la novela de Pérez Reverte El caballero del jubón amarillo. Diré, por si alguien lo ignora, que el significado de la misma no es otro que el de abandonar el menester que uno esté haciendo y poner pies en polvorosa del lugar donde se encuentra.

Parece que no hay unanimidad entre los estudiosos sobre cuál puede ser el origen de la locución, que se vincula a la localidad burgalesa a la que el rey de Castilla, Fernando III el Santo, concedió fuero de amparo para los judíos. De hecho, aún en su parroquia hay una lápida que recuerda tal privilegio. Se dice que los perseguidos entraban en esta iglesia de asilo y salían con las calzas amarillas que los identificaban como socorridos por el edicto real.

Que debe haber algo de cierto en esta costumbre lo demuestra el hecho de que aparezca citada en importantes obras literarias del siglo XVI de la talla de La celestina de Rojas, La gran sultana de Cervantes o Los pechos privilegiados de Ruiz de Alarcón.

Lo más curioso es que las calzas, que solamente llegaban a la rodilla, por tal se llamaban medias, lo que a su vez explica el corolario del vocablo que hoy empleamos al referirnos a las calzas de las mujeres. De hecho, en valenciano, así las seguimos llamando: calces.

*Cronista oficial de Castellón