A veces, creemos saberlo todo. Haber leído en profundidad sobre un tema. Incluso, saberlo de memoria. Conocer las estadísticas en la materia. Recibir puntual información de nuevos casos. Hasta es posible que hayamos recordado la clase del colegio y nos hayamos preguntado cuál de nuestras compañeras se ha convertido en víctima. Sí, quizá creemos que lo sabemos todo sobre la violencia machista. Pero la emoción siempre es capaz de darnos otra lección.

Un hombre ha sido condenado a 19 años y cinco meses de prisión. Maltrató durante seis años a su mujer. Hasta la madrugada del 30 de mayo del 2015. La pateó, la agarró por el cuello, trató de tirarla por las escaleras, siguió golpeándola hasta que ella se lanzó por la ventana en una huida desesperada. Aún después, tendida en el suelo, él bajó y continuó pateándola. Ella pudo pedir ayuda gracias al móvil que su hijo de 3 años le acercó.

El parte médico dictamina que la mujer sufre parálisis total de los miembros inferiores, secuelas psiquiátricas graves y otras dolencias.

LEEMOS el relato de este calvario y comprobamos que solo sabemos la mitad. Que las cifras se quedan cortas. Que parte de esta tragedia solo podemos comprenderla con la piel erizada, con el terror pegado en la mirada, con el sonido imaginado de los golpes, de los gritos, del cuerpo chocando contra el suelo. Porque en el cuerpo roto de esta mujer se condensa todo el horror de la violencia machista. Mucho más que una triste estadística.

*Escritora