Las películas, como objetos materiales, son como sombras: frágiles, sensibles y difíciles de conservar. Por eso se inventaron las filmotecas públicas, archivos en los que se deposita una copia de cada filme realizado para que no se pierdan y puedan ser estudiados o exhibidos en festivales. Como el material del que están hechas las películas es delicadísimo y requiere condiciones especiales de luz, temperatura y humedad para subsistir, las filmotecas son cruciales, pues ni productoras ni particulares disponen de semejante almacén. Son, por lo tanto, la única posibilidad para conservar el cine una vez terminado su circuito de explotación comercial, cada vez más breve. La transición al digital no hace mejores las posibilidades de sobrevivir de un largo, documental o cortometraje, solo diferentes.

Por ello sorprende que el actual Ministerio de Educación y Cultura tenga a la Filmoteca Española en la situación precaria en la que, según todas las informaciones, está. La Filmoteca con sede en Madrid tiene obligación de custodiar y difundir el patrimonio fílmico, y quien esté al mando debe ser un experto en el tema. No cualquiera puede dirigir una filmoteca, como no cualquiera puede dirigir el Museo del Prado o un centro de investigación. Sin embargo, han nombrado directora de la Filmoteca a una persona que no es ni archivera, ni conservadora, ni historiadora del cine, un enorme hándicap para cumplir con su mandato. Los que amamos el cine rogaríamos al señor ministro que convoque un concurso público para cubrir ese puesto. Hay muchos y muy buenos profesionales.

*Directora de cine