Bien sabemos que no se puede gobernar, ni siquiera hacer oposición, de una forma eficiente y efectiva, sin la confianza de nuestros conciudadanos. Al igual que sabemos que para generar esta confianza necesitamos de su consideración y reconocimiento.

Lo que a veces se olvida, a pesar de ser tan evidente, es que el respeto de los demás no depende de la suerte o del azar, sino que se logra por nuestras decisiones y acciones, dando ejemplo con nuestro comportamiento en el día a día, actuando de forma integra y responsable. Por decirlo claro: la ética se gestiona.

Y el municipio, donde es posible conocernos y reunirnos, es un contexto idóneo para esta gestión. Bonitas palabras, podemos pensar, pero la realidad es difícil y complicada.

Precisamente por esta razón la tarea de la ética es enseñarnos a tomar decisiones prudentes y justas en cada situación.

El saber moral --que siempre es un saber compartido-- nos dice qué debemos hacer, cómo debemos comportarnos.

Nos proporciona los valores para orientarnos, las normas a seguir y las buenas prácticas para actuar bien. Un saber al que el político debe recurrir para solucionar los problemas colectivos de una forma consensuada y cordial, sin manipular, ni engañar.

Para empezar, aquello que pide la ética del político es su compromiso público con estos valores y normas.

Veamos cómo podemos convertir este saber moral en mecanismos para la gestión de la ética municipal y la generación de confianza. El primer paso es hablar de un Código Ético y de Conducta. H