Me contaba un marinero que, junto a su compañero, asomado a la borda del barco, contemplaba la inmensidad del océano. Le decía uno al otro: «Hay que ver la cantidad de agua que hay en el mar», y el otro le respondía: «Y eso que solo vemos la que hay en la superficie». No había caído en la cuenta de que, por debajo de la superficie, existía una zona abismal.

También nuestra Magdalena muestra una superficie festívamente agitada ahora, inmensa y alegre en su exterior en la que subyace un fondo abismal, pródigo en simbolismo. Ellos, los símbolos, representan la más pura esencia de la ciudad, de los mitos y realidades; es el signo que establece esa relación de identidad con la realidad a la que evoca y representa, así como el sentido fundacional y religioso-penitencial de los orígenes.

Muchos son los elementos que conforman el mundo subyacente de la Magdalena. Recordemos algunos como las cañas, que ya aparecen en el momento de la bajada, como elemento instrumental, el 1852; la cinta verde, incorporada el 1952, año en el que el color verde parece adquirir carta de naturaleza por su carácter esperanzador y tranquilizante, amén de histórico. El vestido es también un elemento histórico y simbólico de pertenencia a un grupo.

Y así podríamos desgranar los distintos elementos que intervienen en la fiesta y reconocer su simbolismo. Otro año será.

*Escritor.