Antonia y Lluís Adell nacieron en el seno de una familia humilde de Castellfort hace 98 y 93 años, respectivamente. Estos hermanos, que gozan de buena salud, una memoria envidiable y pueden presumir de tener una genética casi centenaria, han vivido los acontecimientos mundiales más importantes de los últimos 100 años. No solo se han convertido en los vecinos más longevos de su localidad natal, sino que también son los pacientes más ancianos del centro de salud Pintor Sorolla de Castellón, ciudad donde residen desde hace años. Ella vino al mundo meses después de que acabara la primera Guerra Mundial. Él, a principios de la dictadura de Primo de Rivera. Juntos han sobrevivido a la guerra civil, que les obligó a huir de Castellfort por miedo a los bombardeos; la posguerra, el franquismo y han asistido a una evolución política, social y tecnológica en España que no hubieran imaginado jamás. Durante toda su infancia y buena parte de su juventud no comieron más que pan y patatas, unos alimentos por los que en aquella época se sentían muy afortunados.

Durante su larga e interesante vida han ejercido como carboneros de profesión en varias localidades de Els Ports, durmiendo al raso durante seis años, desafiando al frío, la lluvia y la soledad. «En invierno cortábamos la leña y en verano la quemábamos para hacer el carbón. Hacíamos como una chimenea y vivíamos al aire libre, como los indios. En esa época, por primera vez, empezamos a comer algún trozo de tocino o sardinas», recuerda Lluís con todo lujo de detalles a pesar de su avanzada edad.

Carboneros y panaderos

También han trabajado en el campo y como mozos en la finca de una marquesa de Valencia. Años después, pusieron en marcha la primera panadería de Castellfort, cuando todavía no tenían ni siquiera agua y debían ir a buscarla a dos cisternas en las afueras del pueblo.

«Compramos un tractor y recogíamos con él la leña y repartíamos el pan por las masías», recuerdan. Dedicaban al trabajo jornadas maratonianas de 18 horas diarias, por lo que el médico les dijo que no vivirían mucho. Una predicción, sin duda, equivocada, pues a pesar de las durísimas condiciones de vida por las que han pasado estos dos hermanos esperan poder celebrar sus respectivos centenarios en pocos años. La longevidad parece, en el caso de estos dos hermanos, hereditaria, pues su padre también vivió más de 90 años.

Una vez se trasladaron a Castellón, él ejerció como repartidor en la cooperativa San Miguel y ella fue empleada de la lavandería del Hotel Mindoro. Ahora asisten atónitos a la evolución de las nuevas tecnologías y con tristeza a la despoblación del interior, pues para ellos, que han vivido en un Castellfort casi 1.500 habitantes, «era impensable que esa cifra pudiera bajar a los 230».

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