Creo que a todos quienes conocíamos y apreciábamos a Lorenzo Ramírez, nos pilló su muerte por sorpresa (aciaga y amarga sorpresa). Los trances vividos en esas circunstancias de sobresalto, siempre son escalofriantes, inauditos y lacerantes y suponen momentos de consternada situación personal.

Al hilo de la fatalidad, comparecen recuerdos y vivencias en una biografía en la que la crónica humana del finado comparece en toda su intensidad.

Lorenzo era borriolense de estirpe y castellonero de corazón, afectuoso, cercano, simpático y cordial con quienes le rodeaban. Nunca hubo en un hombre con un amplio currículo artístico el más mínimo postulado de divismo, antes bien, gustaba de hacer cercana a todos su habilidad con el lápiz y con los pinceles. Era un dibujante de trazo directo, ágil, pasional intuitivo y lleno de imaginación. Su pintura era mediterránea por identidad y determinación y castellonera por sentimiento.

Precisamente por ello los temas que más desarrolló a lo largo de su biografía fueron los paisajes, sin olvidar sus motivos religiosos, consecuencia de su fervorosa y jamás desmentida devoción por la Mare de Déu del Lledó, a cuya imagen dio una carta de naturaleza tan personal como acreditada. Pero hay un detalle que es significativo en su ser artístico y personal y este era el de su generosidad, pues su ingenio, sus pinceles y su persona siempre estuvieron dispuestos a ayudar, sin pensar jamás en recompensa alguna, a quien invocase el nombre de Castellón, de sus fiestas o su patrona. Hombres así hacen país y hacen pueblo.

*Cronista oficial de Castellón