“Regímenes autoritarios competitivos”. Así llaman los politólogos a aquellos cuyos dirigentes obtienen el poder con elecciones democráticas en las que prometen y no cumplen, pero sí cambian la legislación para debilitar cualquier control al Gobierno, convirtiéndose en auténticos dictadores pero vendiendo su legitimidad.

El ejemplo más claro es el de Hugo Chávez. Tras 14 años en el poder, se cargó la democracia y la economía. Línea en la que ha profundizado Maduro. Uno de los mayores déficits fiscales del mundo. La mayor tasa de inflación. Los políticos empobrecen a los ciudadanos, con la mayor recesión del mundo (10%), la pobreza, la escasez y las colas. Los mantienen desinformados cerrando los medios desafectos, acabando con la libertad de prensa. La máxima corrupción que ha convertido a autoridades, familias y amigos en millonarios. El peor tipo de cambio. Las expropiaciones arbitrarias. La caída de la productividad y la competitividad. La huida de inversiones extranjeras. Sus argumentos son la rabia, la venganza y el resentimiento, generando conflicto social y violencia, lo que ha transformado el país en uno de los más inseguros del mundo. Asesinatos y secuestros son habituales. Refugio de blanqueadores y traficantes de armas, personas y drogas. Encarcelan y torturan a los políticos de la oposición, cuando no les matan directamente a través de sus voluntarios, armados por el Estado.

Y este Maduro que empobrece a su pueblo, enriquece con millones de euros a algunos partidos españoles que parecen querer llevarnos por el mismo desastre. ¿Quién lo quiere? H