Esta semana hemos asistido a un nuevo rifirrafe dialéctico en Les Corts Valencianes a cuenta de famoso decreto pluriligüistico del que todos los políticos hablan pero que muy pocos han leído. En esta ocasión lo han protagonizado dos diputados, o diputadas, del Partido Popular y de Podemos. No quiero especificar su género para evitar que los defensores del lenguaje asexualizado se pongan exquisitos conmigo.

Tal y como pueden imaginar, queridos lectores, ha sido un rifirrafe de altas miras. Ecléctico. Escolástico. Pancreoflático e incluso espasmódico, que no es moco de pavo, oigan. El popular, o la popular, afirmó en la sala de plenos de la casa de la risa que a él, o a ella, nadie de Podemos ni de Compromis le iba a obligar a hablar valenciano. Y mucho menos alguien de Cuenca, la ciudad de las casas colgadas, que no colgantes, por ser la ciudad natal del podemita o la podemita con quien discutía.

Éste, o ésta, por su parte, encolerizado o encolerizada hasta decir basta, o al menos eso se desprendía de su tono de voz, respondió que él, o ella, estaba orgulloso u orgullosa de ser de Cuenca. Y que también lo está de hablar valenciano.

Ahí lo dejo. No voy a opinar más sobre este asunto. Prefiero que ustedes, queridos lectores, valoren el nivel de los debates parlamentarios valencianos. La profundidad de los temas y el rigor de los argumentos.

*Escritor