Cuando Felipe González presentó su moción de censura contra Adolfo Suárez, sabía que no la iba a ganar. Pero lo hizo con dignidad y por principios. La España de los 80 necesitaba que el PSOE llegara al Gobierno como un pez necesita estar debajo del agua para respirar.

Cuando Hernández Mancha se la presentó a Felipe, lo hizo porque creía que el país demandaba un revolcón político y porque necesitaba darse a conocer a la opinión pública. No dudo que ambas cosas eran ciertas.

Pero cuando Pablo Iglesias se la ha presentado a Mariano Rajoy ha sido solo para rascar veinte minutos más de prime time televisivo. Y eso se ha notado en las intervenciones de todos los grupos políticos. No se ha salvado de la quema ninguno.

Todos sabían que estaban ante una cuestión catódica. No política. Por eso los diputados de Podemos no usaron sus tiempos para presentar un programa de gobierno, como reza el reglamento, sino para insultar.

Los del PP, siguiendo a rajatabla las directrices marcadas por su dirección, se dedicaron a hacer caso omiso de todo. Jugaban con sus móviles, dibujaban garabatos o cuchicheaban.

Plenamente conscientes de allí no había nada que ganar, los socialistas mantuvieron un perfil discreto y así no se embarraron demasiado.

Créanme, queridos lectores, no fue una moción de censura sino de impostura.

*Escritor