La gran mezzosoprano María José Montiel, que el próximo domingo actuará en Benicàssim en un recital acompañada de un conjunto de profesores de la Orquesta de Valencia, es en el diálogo abierta, sincera, afectuosa, cercana, y absolutamente lejana del divismo que muchas colegas suyas del ámbito operístico exhiben, aún incluso contando con muchos menos méritos que ella. Tras ser protagonista en la función de apertura del Teatro Real de Madrid, ha cantando en los más importantes coliseos del mundo. Desde el Carnagie Hall de New York a la Scala de Milan, pasando por las óperas de París, Viena, Tokio, Sidney, Washington u Ottawa, por citar algunos de los más importantes teatros de los cinco continentes, en los que ha alcanzado resonantes éxitos, junto a figuras de la talla de Alfredo Kraus, Montserrat Caballé o Plácido Domingo.

Su profesión la define “como una carrera de fondo en la que significan el trabajo, el sacrificio y el amor a la música y a la vida. El canto es vida, no olvidemos que la voz nace cuatro dedos por debajo del ombligo, donde está el útero que engendra la vida”.

La cantante que ha recorrido el mundo entero, da gracias a la existencia y a Dios, con un fervor romántico y expansivo, en el que se mezcla la gratitud por el lugar que ocupa en el ranking mundial del canto, y por los sentidos que cotidianamente la hacen disfrutar de la naturaleza, de los colores, de la luz, de los perfumes del ambiente, de las maravillas del arte y los paisajes y, por supuesto, de sus familiares y amigos.

Su talento interpretativo es parejo a su razonamiento reflexivo y consistente en el diálogo, consecuencia de una artista que vive en constante perfeccionamiento de su técnica y en el asumir, en plenitud, el carácter de los protagonistas que interpreta, entre los que cabría destacar el de Carmen, con el que alcanzó un éxito de clamor bajo la dirección del mítico Zubin Mehta, la Luisa Miller con Maazel en el podio o el Requiem de Verdi con el que ha recorrido el mundo conducida por Riccardo Chailly que alababa la morbidez de su emisión. “Siempre quiero ser muy sincera conmigo misma cuando asumo cualquier personaje”, dice en un rapto de franca expansión.

Declara, además, con un derroche de afectiva humildad, que a toda hora aprende de los más grandes directores musicales y de escena, con los que actúa, de sus compañeros de canto, e incluso de sus familiares y amigos en conversaciones sobre su repertorio. Es más, esta discípula de Sena Jurinac, Ana María Iriarte, Ileana Cotrubas y Olivera Miljakovic, significa, al margen de la técnica aprendida, la importancia de escuchar su propio cuerpo, descubrir las posibilidades de la respiración, los músculos del diafragma, la emisión, la focalización de la voz al exterior, la claridad en la dicción, junto con la valoración de los porqués de la vida, que le permiten madurar, con una reflexión filosófica, la condición y el espíritu de sus personajes.

emoción // Todo ello mezclado con un sentimiento profundo y emotivo cuando recuerda su debut en el Teatro Real y las consideraciones que como actriz, además de como cantante, tuvieron directores de escena de la talla de Francisco Nieva o José Carlos Plaza. Tampoco olvida cómo Ileana Cotrubas o Teresa Berganza, cuando tenía 20 años, le precisaron que su voz, de amplísimo y bellísimo registro central, era de auténtica mezzo y no de soprano como, en principio, se le había diagnosticado.

Junto a la ópera tiene una gran devoción por el lied y la zarzuela, al extremo de considerarla un gran género que levanta al público de los asientos cuando se interpreta en el extranjero. La mezzo madrileña puntualiza que “en España no valoramos lo nuestro como debiéramos, no nos queremos lo suficiente cuando se trata de motivos culturales o artísticos”.

No olvida, al terminar nuestro diálogo, agradecer al Festival de Ópera de Benicàssim la posibilidad de actuar en él y los esfuerzos de la organización por cambiar la fecha originaria en que no pudo actuar a causa de una traqueitis, lo que le permitirá reencontrarse con sus muchos amigos en estas latitudes, disfrutar de sus playas y de su plato preferido: la paella. H