Inequidad e iniquidad son dos palabras que parecen iguales, pero no lo son. La situación de las mujeres, recordando el Día Internacional de la Mujer celebrado esta semana, nos permitirá apreciar esta diferencia. Una situación que nadie duda en catalogar de injusta. No caben más datos, cifras y estadísticas para mostrar una verdad que duele: la desigualdad en la distribución de recursos y oportunidades entre mujeres y hombres ha sido y sigue siendo pavorosa. Este es el significado de la palabra inequidad: desigualdad o falta de equidad. Una discriminación que reclama de los gobiernos una respuesta rotunda.

Pero no estamos solo ante una cuestión de gobiernos, de políticas y de leyes, que bien necesarias son. También es una obligación moral, es responsabilidad de la sociedad civil. La palabra iniquidad se refiere más bien a la inmoralidad, a la maldad o perversión de quien promueve y se sirve de la desigualdad existente entre el cumplimiento de los derechos humanos en mujeres y hombres. Esta lacra que condena a nivel mundial a más de la mitad de las mujeres a estar fuera del mercado laboral, alejándolas del trabajo remunerado y convirtiéndolas en personas dependientes, social y económicamente, tiene sus beneficiarios. Detrás tenemos individuos que sustentan así su dominación; mercados que ganan mucho dinero manteniendo la imagen de la mujer como objeto de consumo; empresas que se benefician de las diferencias salariales. Llamar ideología de género a la denuncia de esta cultura machista y a la búsqueda de soluciones reales, es solo, y una vez más, puro cinismo. No es inocuo, es inicuo.

*Catedrático de Ética