Invito a los lectores de este artículo a compartir mi opinión: estamos viviendo en una sociedad besucona. Intento repasar mi juventud y la conclusión indispensable es que entonces no existía el besuqueo que hay en la actualidad. Entonces los besos se producían, básicamente, en un ámbito familiar. Los besos amorosos se reservaban para la intimidad.

Ahora el petonisme social no tiene ya fronteras. Puedo afirmar que desde hace varios años me beneficio de una notable recepción de besos.

Son cosas que nacen por la evolución de las costumbres, siempre imprevisible. Beso sí, estrechar la mano, no. Todos los valores suben y bajan.

Ya hace años, la editorial La Campana publicó un libro sobre el beso. Los autores analizan en la obra todo tipo de besos. El beso materno, el beso sagrado, el beso de la paz, el beso místico, el beso del amor, la presencia del beso en el arte y en la cultura..., incluso los besos en el cine. Y un hecho tan bonito, tan tierno, y quizá tan inseguro, del primer beso... Pienso que hay gente demasiado besucona. Y demasiado exigente. No me invento la siguiente anécdota. Recuerdo que, en una reunión de carácter social, se me acercó en un momento determinado una señora para recriminarme: «Tú todavía no me has besado». Me sentí incómodo, y seguramente fue aquel el beso más deficiente que he dado en mi vida.

Ahora se multiplican socialmente los falsos besos, que resultan ser simplemente unos contactos en las mejillas. Ese ridículo mua-mua.

Los besos más temblorosos, pienso, los más inolvidables, deben ser los clandestinos.

*Escritor