Esta será una reivindicación segura para las próximas elecciones autonómicas de mayo, a pesar de que en la actualidad es una auténtica vergüenza lo que ocurre con las televisiones públicas, que están dominadas por los gobiernos de turno, sin rubor alguno para mentir y manipular la información en su propio interés, por más denuncias que los profesionales realicen en este sentido. Se contrata otra redacción y ya está.

El poder de la televisión es tal que, al final, incluso la persona que está en el paro y apenas tiene para comer, o quien lleva meses esperando a tener acceso a un medicamento, o tiene que abandonar la universidad por no poder pagar, acaba por creerse que estamos saliendo de la crisis económica o que lo decisivo es la independencia.

Basta con repetir miles de veces el mismo mensaje para convertirlo en un masaje que moldea nuestra forma de ver y entender la realidad.

Sin embargo, sí que necesitamos una televisión pública por su papel educativo, por la defensa y el desarrollo de nuestra lengua y cultura, para generar una opinión pública seria y respetuosa, para fomentar valores cívicos, etc. Pero esto solamente es posible si los políticos no meten las manos en su gestión y si la sociedad civil se implica en su control.

La confianza en una televisión pública de calidad, plural y democrática, es inversamente proporcional a la presencia en su seno de los directivos elegidos por los partidos.

Canal 9 llevó al paroxismo la desinformación y la chabacanería. Las consecuencias sociales y económicas han sido bien claras. No podemos repetir ese error.