Últimamente me fijo en las narices de quienes desde la pantalla o en lugares más reducidos hablan de múltiples temas, algunos recurrentes, unos políticos, otros menos caracterizados, a los que, en virtud del efecto Pinocho, les crece aquel órgano tan visible (la nariz, claro). Escucho debates, discusiones y discursos o simples afirmaciones en las que uno de los interlocutores dice una cosa y el otro la desmiente, trátese ya de cifras o de cualquier otro asunto. El resultado es que, con el crecimiento de la nariz nos distraen y emprendemos el camino hacia el escepticismo. ¿Será verdad lo que cada uno dice? Es lógicamente imposible, puesto que uno u otro se contradice y, por tanto, miente. ¿Con qué argumento nos quedamos? Esta es la pregunta.

Refiriéndose a la novela dice Vargas Llosa: «un tema recurrente en la historia de la ficción es el riesgo que entraña tomar lo que dicen las novelas al pie de la letra, creer que la vida es como la describen». Y ese riesgo es, más o menos, el que sufrimos al escuchar lo que nos dicen o nos tratan de vender: tomar como verdadero lo que es, al menos, una mentira. Ocultar la verdad, decir medias verdades es también incurrir en mentira. Engañar es dar a la mentira apariencia de verdad. Solo se salvan, relativamente, las llamadas mentiras blancas o piadosas. Atención pinochos: dice el refrán que las mentiras tienen las patas cortas.

*Profesor