Hoy hablamos de verdades y mentiras, de cómo se pueden construir mentiras y convertirlas en verdades a base de repetirlas. El mecanismo es sencillo: se busca una mentira en la que muchos desean creer porque coincide con sus prejuicios e intereses y, desde ahí, se elaboran los presupuestos de un gobierno, se justifica una invasión, se construye un muro o se niega el cambio climático.

En política se utiliza el término para indicar que en las elecciones se apela más a las creencias personales que a la verdad, más a las emociones que a los hechos objetivos. No se trata de que sea cierto lo que se diga o se prometa, sino de que se crea, se sienta, cierto. Se calcula que el 70% de lo dicho por Donald Trump en la última campaña electoral de Estados Unidos era mentira. Ganó.

Siempre ha habido en política mentiras y medias verdades, pero la palabra se refiere a que ahora se convierte en un uso habitual lo que antes era un abuso, en normal lo que era inmoral. Sin embargo, hablar de posverdad es peligroso, contraproducente, porque acaba justificando aquello que quiere denunciar. Si bien describe la manipulación populista en cualquiera de sus formas, y sea quien sea quien la utilice, erosiona aún más la actual quiebra democrática.

EL PREFIJO pos- introduce la idea de que aquello que queda atrás, la verdad en este caso, está ya superada, deja de ser relevante, ya no importa. Traten de aplicarlo al caso del deterioro sanitario o al aumento de la pobreza y verán que sin la referencia a la realidad, sin unos hechos que podamos compartir y medir, la democracia no tiene sentido.

*Catedrático de Ética