Un año más, desde hace ya muchos, aquel memento homo (acuérdate, ser humano) resuena cada miércoles de ceniza, como hoy, en las iglesias recordando el bíblico polvo eres y al polvo volverás. Un recordatorio no solo para cristianos, sino también para los que no lo son, para todos. Se ha acabado el carnaval con la parodia del entierro de la sardina (entiéndase un cerdo abierto en canal y no el pez), que da paso al tiempo de la austeridad y la reflexión. Incitación a la comida más liviana y al pensamiento más profundo sobre el destino humano. Un aldabonazo a las conciencias en una época más o menos frívola y poco dada a reconocer la propia fragilidad y mortalidad humanas. Bien lo decía Jorge Manrique en sus coplas: «ecuerde el alma dormida,/avive el seso y despierte/contemplando/cómo se pasa la vida/cómo se viene la muerte/tan callando».

Las palmas y los olivos del Domingo de Ramos convertidos en ceniza son la muestra más expresiva de nuestra efímera existencia, aunque, a algunos les invada cierto nihilismo existencial. Para todos es recuerdo de la caducidad humana, para otros una llamada a la penitencia y a la conversión. La ceniza simboliza --y no solo en las religiones cristianas-- la muerte, la conciencia de la nada y la vanidad de las cosas. Pero también es, como el ave fénix, un renacimiento para emprender el vuelo, un vuelo a la eternidad.

*Profesor