Veo las imágenes terribles de la agresión a una mujer inglesa por parte de su pareja. La arrastra, la tira por las escaleras… Ella misma quiso que se hiciera pública la grabación. Miro las imágenes, reproducidas ampliamente por los medios, y me generan dudas. No son certezas, solo dudas. Entonces recuerdo aquel «la voy a liar» que soltó el hombre que hizo volar el domicilio familiar en Premià de Mar. Una chulería de bar que contenía la jactancia de hacer algo grande. ¿Con la reproducción de agresiones salvajes no estamos alimentando la vanidad del agresor?

Algo parecido me ocurre cuando se habla de terrorismo machista. El terrorismo no solo supone una organización que crea un clima de terror colectivo para obtener objetivos políticos, supone también dichos objetivos, es decir, una causa. Una causa con adeptos. ¿De veras queremos elevar la violencia machista a la categoría de causa? ¿No es una definición que engrandece a los agresores?

El hombre que insulta, golpea o mata a una mujer es un criminal que quiere imponer su control, un asesino que entiende el amor como posesión. Un hombre, él solo, que debe saber que cuenta con todo el desprecio de la sociedad, que no forma parte de nada. En cualquier caso, si conviniéramos que ese es el término correcto, también deberíamos recordar que los medios occidentales no dan visibilidad a los crímenes de Daesh. Al menos, que el horror de las víctimas no sean su campaña de propaganda.

*Periodista