Dicen que en el año 1840 una librera estadounidense tuvo la feliz idea de vender tarjetas a las que denominó «valentines», en inglés, para felicitarse los enamorados en tal día como hoy. El éxito fue extraordinario. La cuestión comercial triunfó, pero, al mismo tiempo, resucitó el interés por expresar el amor y recordar la figura de san Valentín, el santo romano, médico y sacerdote del siglo IV, que en la propia cárcel casaba a los soldados romanos, quienes lo tenían prohibido por orden del emperador. Ello le costó la vida.

Erich Fromm escribió un denso tratado sobre el amor, El arte de amar, en el que analiza exhaustivamente este fenómeno, raro y exclusivo, y, a pesar de ello, antiguo y generalizado, aunque el autor habla también de su desintegración en la sociedad occidental contemporánea.

Pero, como dijo en otro contexto Galileo, «eppur si muove», y, sin embargo, se mueve, no está tan desintegrado como se pretende, aunque amar y ser amado no es tarea fácil, máxime en nuestra sociedad en la que el egoísmo está por encima del dar y del compartir. Y como dice Fromm el amor exige cuidado, responsabilidad, respeto y conocimiento. Este último, el conocimiento, es la causa, muchas veces, del fracaso. Porque amar es una experiencia personal, un comprometerse sin condiciones.

Dicen que san Valentín escribió una última tarjeta a la joven ciega que había curado. Decía así: De tu Valentín.

*Profesor