Hace un par de días leía en este periódico que «el chavismo y la oposición se sintieron ayer ganadores en las ciudades de Venezuela». Pura estupefacción es lo que me produjo la noticia, la cual me remitió, casi sin pensarlo, a aquel libro de la Université Bordeaux-Montaigne, que leí años atrás, sobre Vrais ou fausses? Les rumeurs -verdades, rumores y mentiras, en definitiva--, y que me recordó la impotencia que los humanos sufrimos al leer o escuchar lo que debieran ser informaciones veraces. Desgraciadamente entre un extremo y otro -verdadero/falso- hay una amplia gama de categorías que nos sumen, a veces, en la ambigüedad: no verificado, parcial, verdadero, no confirmado, probable, etc. No hablo, por supuesto, de politización de la prensa en las dictaduras, ni de mala fe, sino de hechos cotidianos Y, además, como decía Gracián, «es tan difícil decir la verdad como ocultarla». Que de todo hay.

Un poco perplejo, el lector puede preguntarse: ¿qué criterio tengo yo para discernir si la información es veraz o falsa? Ese es el problema, amigo. No resulta fácil saberlo y, menos, si se trata de un rumor, pues el peligro que entraña este es su difusión más que su contenido. Y lo que todo el mundo dice, al final parece una verdad. Pero, eso sí, rechazando el escepticismo. Un consejo final: saber leer el mensaje, razonar sobre su contenido y cotejar la información con otros medios.

*Profesor