Los radares de la revista Forbes enfocaban hacia Silicon Valley intentando detectar en qué nuevo garaje germinaba vida millonaria, cuando la noticia llegó del frío: concretamente, del fisco noruego. Contraviniendo la casuística, resulta que la persona más joven milmillonaria no calza chancletas ni ha tenido una idea tecno-genial en el sótano de casa. No. La hacienda nórdica, que publica los datos fiscales de los contribuyentes desde los 17 años, se ha encargado de presentar al mundo a las hermanas Alexandra y Katharina Andresen, de 20 y 21 años respectivamente, quienes, a orillas del fiordo de Oslo y sin haber trabajado un día en su vida, amasan cada una 1.100 millones de euros y son, por segundo año consecutivo, las milmillonarias más precoces.

En realidad, la precocidad de las chicas es antológica: Alexandra y Katharina heredaron tal morterada de dinero hace 10 años, cuando su padre, Johan, quinta generación de una familia dueña de una compañía tabaquera, transfirió a cada una el 42% de las acciones de la firma de inversiones Ferd, de la que él, por cierto, se sigue reservando el control. ¿Lo hizo para hacerlas responsables e implicarlas en el negocio familiar? ¿O para arañar exenciones fiscales?, se ha preguntado, retóricamente, la prensa, que en el 2005 ya había dado parte de otra bomba económica oficiada por el magnate. «Por motivos éticos», dijo el millonario, había decidido venderse la compañía de tabaco Tiedemanns, ligada a la familia desde el siglo XIX y con plantaciones en África en las que trabajaban niños menores de 10 años. Cabe decir que sus escrúpulos morales le reportaron 500 millones de euros y que, en contra de lo que le pidió Bill Gates, no los dedicó a la filantropía. Es más, la recomendación del magnate le provocó un mosqueo de aúpa.

¿Y qué hacen las chicas con una fortuna que supera el gasto público de, por ejemplo, Haití? Pues, de momento, no mucho. O no demasiado. De entrada, ninguna de las dos trabaja aún en la compañía. La pequeña, Alexandra, vive en Alemania, donde participa en concursos hípicos, especialidad en la que ha ganado tres grandes premios. La chica, cuyo Instagram parece vivir en un número de la revista Mundo equino, es vegana; sale con un luchador profesional de artes marciales llamado Joachim Tollefsen; hace de modelo para una casa de ropa ecuestre, y firma frases tipo «ahorro todo el tiempo», y «un hogar sin perro es solo una casa» en la revista corporativa de la familia. Que se sepa, las únicas excentricidades que se permite Alexandra, al menos públicamente, pasan por llevarse a sus pequeños ponis -Pinocchio y Spike- a la isla donde la familia tiene la casa de vacaciones.

La primogénita, Katharina, llamada a ponerse al frente del negocio familiar, no comparte ese aire de ursulina equina de su hermana pequeña. Con un look cercano al de Miley Cyrus y un espíritu hermanado al de Peggy Guggenheim -la heredera que acumulaba con igual voracidad cuadros, amantes y resacas-, la muchacha tiene bastante entretenida a la prensa nórdica. Meses atrás, cuando dejó la casa familiar y se instaló en una residencia de estudiantes en Ámsterdam para cursar Ciencias Sociales, se lamentó de que en aquel cuchitril que algunos se empeñaban en llamar hogar no cabían ni sus obras de arte pop, ni su ropa, ni sus bolsos, ni sus zapatos Jimmi Choo.

DOS RUPTURAS

Katharina, que suele lamentarse en público de los problemas existenciales que sufren las niñas ricas, no tiene, en cambio, reparos en mostrar, vía Instragram, una vida que inventaria yates, coches de lujo, vacaciones exóticas y champán. Últimamente, ha oficiado dos rupturas: la primera, con Ámsterdam, ya que las últimas noticias la sitúan en Londres, donde ha seguido un seminario sobre responsabilidad corporativa y propiedad intelectual. La segunda ha sido con su novio, el modelo Mads Madsen, quien pasó oficialmente al nicho de amoríos cuando la heredera aseguró que su bulldog Tycho es su único compañero. La chica no está para historias, oigan. En una de sus fotos más compartidas, aparece enfundada en un abrigo de pieles, con un cigarrillo en una mano, una botella de champán Veuve Clicquot en la otra y una leyenda: «La jefa». Esa es la actitud con la que quiere saludar al mundo.