Un viaje, una gran ciudad, Tokio, y un fotógrafo, así surge la nueva exposición de Carlos Bravo, ‘Tokio-Capital del Este’, una gran aventura repleta de imágenes que descubren cómo la capital bulliciosa de las finanzas, las nuevas tecnologías y la comunicación vuelve a la calma y el silencio. Progreso y sincretismo definen este territorio frágil y en constante amenaza geográfica que no deja de luchar contra su condición.

“Me interesa la relación entre el territorio y el ser humano y es en la ciudad donde este vínculo es más notable y acusado. Para este proyecto me centro en la urbe de Tokio, la mayor metrópolis del planeta y probablemente la más difícil de clasificar. Cuando reflexiono sobre ‘La Ciudad’, la entiendo como un tapiz urbano de asfalto, hormigón y cristal creado por el hombre y que adaptándolo a sus necesidades, ha ocultado cualquier resquicio de su verdadera naturaleza. Este proyecto es mi visión particular sobre esta ciudad y con el que intento comprender y conocer este territorio y su identidad”, comenta el mismo Carlos Bravo.

La incertidumbre ante un nuevo reto, esas conversaciones entre amigos que te empujan a dejarte llevar y disfrutar de una experiencia --casi futurista--, el fotógrafo y su objetivo. El presente trabajo surge de lo más íntimo, la mirada que marca su personalidad como artista; una mirada que necesita reposar y tomar distancia hasta pasado un tiempo prudencial, tal y como cuenta el artista. Esa distancia la aprovecha para buscar en su interior pasiones y obsesiones que reflejen y expliquen sus fotografías. Es entonces cuando, según Bravo, se reconoce en cada una de las imágenes que ha tomado. Espacios y lugares que desde que era pequeño ha querido descubrir, la ciudad como un objeto que manipular, en el que jugar y experimentar hasta llegar a comprenderla. Un espacio donde interactuar y crecer, en el que vivir y trabajar. Un territorio que cobra sentido para cada uno de nosotros solo cuando la habitamos y nos relacionamos, ya sea Tokio, Los Ángeles o Castellón. Y para ello, Carlos Bravo prefiere la soledad, el silencio, la quietud, el vacío. Extrapola la vibrante y electrizante vida rutinaria de una ciudad cosmopolita como Tokio y lo convierte en un lienzo en blanco en el que permite crear su propia historia de la ciudad y dejar su huella, una huella que habla de él.

La obra de Carlos Bravo retrata lugares comunes hechos por y para el ser humano, espacios de transición en los que la presencia de la figura humana está marcada por su ausencia, pero su huella es evidente. Áreas que cambian radicalmente a lo largo del día y que en el momento de ser retratadas, plasmadas en papel, parece que estén desprendidas de su finalidad. Esos lugares se muestran ante nosotros como espacios adormecidos, despojados de su principal funcionalidad --es decir, para lo que han sido diseñados y concebidos--.

Destacar también que en el trabajo de Bravo priman los silencios. El espectador, sin duda, se detiene para observar lo que el artista pretende transmitir bajo el desafío constante de paralizar el tiempo. Una vez más, se desata aquí la contraposición entre ausencia y presencia permitiendo el juego paradójico entre ambos. En sus instantáneas se adivinan las huellas humanas --rascacielos e infraestructuras--, efímeras ante la inmensidad del espacio y los vestigios que dejan tras de sí con el paso del tiempo.

En la galería Cànem hasta el próximo 20 de junio. H