"La cuestión es movernos”, dijo en más de una ocasión Robert Louis Stevenson, entregado viajero y un autor que fue un ensayista superlativo, además de un autor de ficción capital. El impulso creativo y la imaginación se estimulan al ver, oír y sentir esos mundos ajenos a nuestra rutina. Viajar es iniciar cambios, supone una liberación, nos mantiene alerta. Ralph Waldo Emerson insistía en “dejar una huella” en este mundo que no llegamos a comprender, lo cual viene a reafirmar que toda inquietud nutre al ser humano. Para ello basta un solo paso, que no siempre es sencillo, pero siempre útil.

Intentar volver a la armonía original de cuando éramos niños, ese retorno a la infancia inocente, es el objetivo de la gran mayoría. Verlo todo por primera vez, sentirlo todo, saber apreciarlo e ir tomando consciencia del mundo y lo que significa. En otras palabras, volver a despertarnos, y vivir, algo de lo que Henry Miller, ese escritor censurado y calumniado, poco moralista según los moralistas, supo apreciar a través de la lectura --y como él, tantos otros--. Miller escribió que “leer un libro adecuadamente es despertar y vivir”. Razón, no le falta. La literatura permite a los que somos pobres --no en espíritu pero sí en lo monetario-- emprender ese viaje deseado, ese estímulo necesario para sentir que existen cosas y lugares --ficticios o no-- que valen la pena.

“¿Para qué sirven los libros, si no nos devuelven a la vida, si no nos hacen beber la vida con mayor avidez?”, se pregunta el autor de las célebres ‘Trópico de Cáncer’ y ‘Trópico de Capricornio’. Y esa pregunta la hago mía para intentar dilucidar si todo lo que nos venden como buena literatura es realmente buena, si esos libros que dicen ser obras maestras nos permiten adquirir un nuevo interés por el ser humano o son totalmente ajenos a nosotros en todos los sentidos. Mientras formulo esta cuestión, creo entrever la respuesta y me digo que la buena literatura es aquella que te sacude e incita al ser humano a no convertirse en autómata. Así, resulta primordial comprender lo conmovedora e irónica, lo cruel y devastadora, que es la vida. Eso se consigue viajando, explorando, leyendo, aprendiendo, confiando, conversando, creando.

Dejando a un lado cualquier discurso pesimista sobre los índices de lectura, las ventas y demás problemáticas del mundo editorial, debemos apreciar el hecho de que leer, al igual que viajar, es una nueva forma de ver las cosas. Y uno de los mejores momentos para emprender tal acción siempre suele ir asociado al periodo vacacional, esa temporada estival en la que el tiempo, a priori, es relativo. ¿Cuáles son las posibles lecturas que pueden conducirme a recorrer los senderos más complejos y excitantes? ¿Qué libros publicados en los últimos meses suponen un peregrinaje hacia nuestra propia condición humana? ¿Qué me permite, como decía Henry Miller, “experimentar tragedias y deleites que nosotros mismos no tengamos valor para acoger, vivir sueños que hagan la vida más alucinante, tal vez descubrir también una concepción de la vida que nos vuelva más adecuados para afrontar las pruebas y calvarios que nos asedian”?

LECTURAS, VIAJES, SUEÑOS // Comienzo a investigar algunos de los catálogos de aquellas editoriales que creo han llegado a la conclusión de que no hay lectores idiotas, más bien lectores que no se han dejado idiotizar. Son sellos que se preocupan por crear una conciencia social, además de satisfacer las exigencias de los que estiman y respetan el verdadero talento --que lo hay--.

Poco a poco, paso a paso, descubro o redescubro obras que cumplen esa función deseada de hacer de lo irrelevante algo relevante, que logran juntar las partes rotas de nosotros mismos, teniendo en cuenta, como me dijo Claudio Magris, “de que existe cierta amargura y tristeza pero también un pequeño sentido unitario de la vida, que la vida es un todo que contiene lo bueno y lo malo, como una unidad que tiene humildad”.

Para empezar, me dejaría seducir por esa expedición que emprendiera Peter Matthiessen junto al zoólogo George Schaller en la meseta del Tíbet con la esperanza de ver al leopardo de las nieves. Siruela nos permite iniciar ese viaje junto a estos dos hombres hacia el noroeste de Nepal mientras vislumbramos las tres cumbres del macizo del Annapurna y nos adentramos en la tierra de Dolpo, gracias a El leopardo de las nieves. Es este un periplo místico, espiritual, una búsqueda --consciente o inconsciente-- del sentido del ser, y es imposible no enamorarse de cada fragmento cargado de emoción y totalmente sincero que escribe el propio Matthiesen. Es esta una huida perfecta de todo cuanto creemos significa esa civilización que en el siglo XX ejemplificó los Estados Unidos, país que autores como Don Carpenter desmontaron a su antojo --y menos mal--.

Los viernes en Enrico’s (Sexto Piso) es la novela que dejó sin terminar el autor de Dura la lluvia cae o Promoción del 49. Jonathan Lethem, a petición de los herederos de Carpenter, ordenó las notas y las editó para dar lugar a esta obra que desenmascara el sueño americano de un grupo de escritores, pues no están exentos de una realidad agridulce, como la mayoría de nosotros. La ansiada fama, las eternas promesas, las drogas y el alcohol son protagonistas en esta historia que engancha de un autor de placentera ironía y con sutiles toques de cinismo.

Y sigo por norteamérica, atraído por la ciudad canadiense de Toronto donde, según Andrew Kaufman, viven 249 superhéroes de nombres tan peculiares como El Calientasofás, la Conejita Antiestrés, la Bailarina, Hipno, el Abrazador, el Empresario, El Sindicato, la Proyeccionista... Todos mis amigos son superhéroes (Turner) es un retrato de la gente corriente vista por Kaufman desde un prisma fantástico. Humana e irónica, esta novela corta posee la enorme cualidad de poder conectar con cualquier tipo de lector, al igual que la prosa del siempre intrépido Jack London. He de agradecer --e imagino que no seré el único-- el hecho de que Navona acabe de publicar la tercera edición de sus Cuentos de los mares del sur, donde el autor de El lobo de mar o Colmillo blanco traslada sus obsesiones entre islas y atolones, traficantes de esclavos y comerciantes de perlas, caníbales y cazadores de cabezas.

Tampoco puedo pasar por alto la reedición de todo un clásico de la literatura estadounidense y universal, como es ese Matar a un ruiseñor, de Harper Lee. Con motivo de la próxima aparición el próximo 15 de julio de la novela Ve y pon un centinela, HaperCollins Ibérica ha decidido volver a traducir la historia de Atticus Finch, ese padre y abogado, ejemplo de la moral y modelo de integridad, que inmortalizara en la gran pantalla Gregory Peck.

Mi particular viaje me conduce también por Europa para sorprenderme con esos relatos juguetones y conmovedores de Kingsley Amis. Impedimenta ha recopilado sus textos breves en un volumen nunca publicados en castellano, lo cual es digno de celebrar con un buen brindis en honor al escritor británico, todo un erudito en cuestiones alcohólicas. Recomendable, también, ese Paseo por Berlín (Errata Naturae), de Franz Hessel. Siempre es agradable.

Para finalizar, no puedo evitar sentir atracción por algunas rarezas que, en el fondo, son auténticas delicias. Cosmotheoros (Jekyll & Jill), de Christiaan Huygens es, y no les engaño, el primer tratado que conjetura la vida extraterrestre y fue publicado tres años más tarde de la muerte de Huygens, en 1698. Si ya de por sí la temática es atrayente, si les digo que esta edición contiene dibujos realizados por la maravillosa Alejandra Acosta, poco puedo añadir.

El castellonense Guillem López y su Challenger (Aristas Martínez) está sorprendiendo a todos los niveles, lo cual deja patente que desde aquí se puede y se hace buena literatura. Igual de buena que la que uno puede leer en cómics como Ghetto brother (Sapristi), de Claudia Ahlering y Julian Voloj. Aquel que no viaja es porque no quiere.