Llamé al timbre a las 11.58 horas, lo recuerdo perfectamente porque estaba nerviosa. Tras subir un tramo de escaleras, unos ojos azul intenso --de mirada afable--, me recibieron e invitaron a entrar. Sin más, me fui adentrando en el laberinto interior de Rossana Zaera, su taller. Luz, pulcritud y serenidad. La atmósfera que se respira es relajada, armoniosa. Al llegar a la sala principal de este genuino espacio, me sorprendo al escuchar música, concretamente jazz melódico, todo un detalle de fondo para un primer encuentro. Un taller de ensueño, un rincón mágico donde materializar en gestos, trazos, texturas, formas y colores, la experiencia. Tímida pero accesible y generosa, la castellonense me abre las puertas a su universo. Un cosmos que gira en torno a la sutileza, la seducción, la melancolía…

Rossana Zaera trabaja sobre la memoria como ella misma explica: “Es verdad que tomo mi propia memoria y mi experiencia vital como punto de partida, pero los temas que trato son universales. Al hablar de la memoria hablo de esa memoria en la que todos pueden reconocerse, porque en todas las vidas hay dolor, sufrimiento, soledad, amor y muerte.”

Y para ello, se sirve de objetos y elementos del pasado, pero que de una u otra forma han formado parte de su vida; un recorrido que traza a través de su trayectoria artística que, profesionalmente, podríamos decir que empieza con su serie Vivir (1997), punto de inflexión en su carrera, a la que le siguen muchas más, Memorias del infierno (1998), Almagrafías (1998-1999), Dientes y puentes (2000), Habitaciones sin número (2000-2001), Heridas y Fantasmas (2000-2002), SNC, Sistema nervioso central (2007-2008), Habitación 450 (2007-2008), Resiliencias/Cajas de memoria (2009), El convite (2007-2010), Mundo interior (2011), La máquina del tiempo (2012-2014), Memòria (2013), Humanas, demasiado humanas (2000-2013), entre otras.

Durante nuestra conversación me confiesa que no tiene establecida ninguna rutina de trabajo y que suele trabajar en más de un proyecto a la vez. Filósofa, artista plástica, diseñadora gráfica o gestora cultural, son algunas de las facetas que encontramos en Rossana Zaera, pero ante todo, se trata de un ser humano, una mujer que experimenta y acumula recuerdos que cobran vida a través de zapatos, de cajas, de instrumentos quirúrgicos o de bordados, que reflejan su propio mundo interior, un mundo que comparte a través de sus obras y, sobre todo, con talleres que ofrece a todo aquel que esté dispuesto a querer escucharse y aprender.

Enamorada de la belleza, de la vida y la poética que ésta encierra, Zaera no duda en embarcarse en distintos proyectos, documentales, libros de artista e incluso escribir e ilustrar un cuento infantil junto a su hijo Miguel, Tiburones de agua dulce. Detallista, cuida minuciosamente sus presentaciones y cuando la dejan diseña y maqueta sus publicaciones como autora. Es, sin duda, una artista multidisciplinar.

De forma sorprendente, Zaera nos traslada a otro tiempo, un tiempo que rescata y manipula hasta transformarlo en una obra artística. Juega con la percepción, con las palabras, las imágenes y las emociones que la rodean en su día a día. Quizá por ello destaca la delicadeza con la que trata temas tan profundos como el sufrimiento, la muerte o la enfermedad que, inevitablemente, debemos afrontar y nos acompañan a lo largo de nuestra existencia. Al mismo tiempo, construye un cuento, nos narra una historia, su historia; ya sea a través de papeles de periódico u objetos. Utiliza lo que cree necesario en cada caso, es decir, lo que considera oportuno para comunicarse mejor, ya sea escribiendo poemas, montando instalaciones, pintando o modelando. Lo que denota la necesidad constante de relacionarse con los demás, mostrar su ‘yo’ más íntimo a través del arte ya que no conoce ni concibe su vida sin él.

Desde su infancia no comprende otra forma de expresarse y compartir su visión del curso vital que no sea el arte. Un curso en el que se crece, se ríe, se sueña y se llora, porque no todo en la vida es un camino de rosas, siempre hay tropiezos, envidias, errores y sorpresas inesperadas, buenas y malas. Y para ello, se precisa del consuelo, el amor o la belleza que encontramos en la poesía que emana de cada una de sus piezas.

Su obra nos habla de la metamorfosis, transforma objetos, herramientas o instrumentos, juega con sus posibilidades hasta convertirlos en elementos estéticamente bellos, agujas de practicante se mudan en mariposas o libélulas como podemos observar en una de las obras en las que se encuentra trabajando actualmente, Nuevos no-nociceptores (2013). Al mismo tiempo las camas de hospital, tan presentes en su obra, representan personas, los números, los juguetes, las cajas de zapatos o habitaciones se convierten en receptáculos que encierran y preservan recuerdos que la artista desvela a través de múltiples metáforas contenidas en su imaginario visual. Zaera muestra la desesperación, la tristeza o la resignación confrontada con la elegancia, la seducción y la fuerza que entraña la naturaleza en sí misma.

Y mientras, los minutos pasan, la música cesa pero la atmósfera me atrapa, me retiene. Sencillamente, resulta fascinante la poeticidad de su lenguaje. Ninguna de las dos lleva reloj, pero se acerca la hora de la despedida o, más bien, de un hasta la próxima.