Un día, en clase, hablábamos de cuestiones éticas y de ciertas reglas de urbanidad. Una alumna, con cierto aire anarquizante, me dijo: “¿Y para qué las reglas?” Casi al mismo tiempo de su pregunta le respondí: “Pásate un semáforo en rojo y tendrás la respuesta”.

Unas reglas sin contenido son vacías y de nada sirven. Un pueblo sin reglas, sin normas, puede llegar a ser un caos. Las reglas obligan, pero, si son buenas y transparentes, contribuyen a una convivencia pacífica.

El respeto humano es la consideración que se debe a una persona que reconoce los derechos y la dignidad del otro. Es un valor fundamentado en la dignidad humana. Es, pues, la primera regla y condición para poner las bases de una convivencia en paz.

No quiero ser agorero, pero parece que la humanidad camina hacia posturas irrespetuosas y olvida cuestiones tan elementales y ligadas al respeto como la urbanidad, la cortesía, la buena educación, etc., que no son simples fórmulas de protocolo o palabras hueras, sino modos de comportamiento que refuerzan el respeto debido al “otro”.

No se trata de palabras, sino de actos. La urbanidad, la cortesía, la amabilidad en el trato no es mojigatería barata, sino realidad con sentido. No es un “quedar bien”, sino un acto con ese sentido que le confiere la sinceridad. Decir “lo siento” cuando no se siente nada es, como dirían los escolásticos medievales, un “flatus vocis”, una palabra vacía de contenido que nada tiene que ver con el verdadero sentimiento. Más todavía: es una hipocresía.

Es cierto que hemos perdido el sentido de la verdadera urbanidad y cortesía, educación, en suma, con el respeto que se debe al otro. Algo de razón debía tener Sófocles cuando en Antígona canta que “el hombre es lo más maravilloso y lo más terrible del mundo”. Frente a la sinceridad de las palabras uno puede ocultar la insidia o hipocresía de sus actos, de su voluntad. Uno ha de ser fiel a su yo insobornable. Nada mejor que la sentencia délfica: “nosce te ipsum”, conócete a ti mismo. Porque conocerse a sí mismo es comprender la conducta humana y, sabiendo que pertenecemos todos a la misma naturaleza, es comprender a los demás. Es la regla de oro para fomentar el respeto y la convivencia en un clima de paz. H