Marc Soler quiso y no pudo en la decimosexta etapa. Quería ganar y escuchaba los gritos de Chente García Acosta, el técnico del Movistar, que lo seguía con el coche, y que se quedaba afónico tratando de llevarlo, de colocarlo, de que no perdiera la concentración, porque un día que te escapas, y más en los Pirineos, es para ganar.

«Pero el último kilómetro se me hizo eterno», hablaba Soler de los últimos mil metros del Portillon, justo donde se encuentra la curva bautizada con el nombre de Federico Martín Bahamontes.

El Movistar quería muchas cosas en la inauguración pirenaica. Deseaba una victoria del chico de Vilanova, del que triunfó en la París-Niza y del que está creciendo siguiendo los consejos de Valverde. «Aquí estoy aprendiendo todos los días, nadie perdona, ni los jefes que deseaban seguir luciendo el casco amarillo que tanto gusta y que los identificaba como la escuadra, en conjunto, mejor situada en la clasificación».

La Clasificación por equipos / Soler no podía perder la rueda de la fuga porque el Bahréin de los hermanos Izagirre, los superaría, como así, fue en la tabla. ¿Es la clasificación por equipos un premio reconfortante cuando se vino aquí a ganar el Tour? El Tour es el Tour, y aunque subir al podio de los Campos Elíseos vale su peso en oro, aquí se vino a luchar por el jersey amarillo.

Y otro reto debe ser secundario. Todavía queda mucho camino lleno de obstáculos donde todo puede pasar. En unos Pirineos que aguardan, hoy y el viernes, el gran ataque de Mikel Landa: «Por fin no me duele la espalda», indicó sonriente en la meta de Luchon. A su lado está Soler, ya que el Movistar necesita hacer algo grande en este Tour y le quedan solo dos días para intentarlo.

Mientras Francia disfrutaba con el ataque final, anuncio de victoria, de Alaphilippe, Landa miraba hacia atrás y decidía atacar en el final del Portillon. Pero había mucho Sky por los alrededores, demasiados. Quien quiera atacar que se lo gane a pecho, el que demarre que sea por potencia y porque es el más fuerte de todos. Obsequios, los justos.

Aquí no se regala nada, hecho que ya sabe Adam Yates, quien se encuentra descolgado de la general tras unos Alpes desastrosos. Alaphilippe lo perseguía desbocado y Yates se estampó contra el suelo. No hubo lágrimas, pero sí sangre en el codo y un susto que le impidió luchar por la etapa.

Como tampoco nadie aguardó a Philippe Gilbert, quien protagonizó el gran susto, en el Portet d’Aspet, donde se mató Fabio Casartelli, campeón olímpico en Barcelona, en 1995. La bici impactó contra un muro y él salió disparado hacia el abismo.

Al final de la etapa las imágenes mostraron un terreno en el que no destrozarse la cabeza era un milagro: pedruscos como armarios y raíces que parecían árboles. Gilbert solo se magulló el codo. El gesto del corredor con el pulgar hacia el cielo sirvió para que su familia supiera que estaba sano y salvo. Fueron un par de minutos de incertidumbre, pero el corazón de la carrera francesa se encogió pensando lo peor.