Vitoria-Gasteiz siempre ha rumiado por Laso, Priogini, Scola y compañía. Por el Caja de Álava primero, el TAU después y el Baskonia en el presente. El baloncesto en los genes de la capital vasca, a rebufo y millas de distancia de lo que acontecía en San Mamés, Anoeta o El Sadar, incluso en Ipurua. Solo una vez en sus 96 años de historia se permitió soñar. Fue en Dortmund, en el 2001, hasta que un gol de Geli en propia puerta en el minuto 117 de la prórroga privó de poner un lacito 'glorioso', como se le apoda al club, a un magistral recorrido en la Copa de la UEFA cuyo trofeo acabó en las vitrinas del Liverpool para desazón de la tropa de Mané.

La resaca fue más dura de lo esperado, más todavía cuando los posteriores delirios de grandeza del excéntrico ucraniano Dimitri Piterman se transformaron en una pesadilla que hizo peligrar la viabilidad de los babazorros, que en el 2009, curiosamente ante el Celta, se precipitaron al 'infierno de bronce' (la Segunda B), categoría en la que transitó cuatro años hasta retornar a la de plata y, de nuevo, a la Liga de las estrellas, donde por vez primera y nada más ascender, ha logrado meterse en la final de Copa que el 27 de mayo dirimirá ante el Barcelona.

UN CLUB DESTROZADO ECONÓMICAMENTE

El rescate lleva el nombre del grupo Baskonia, que ha permitido al Alavés liquidar su deuda de 25 millones de euros hasta dejar atrás la situación concursal que le situó en el abismo. No es de extrañar que el actual presidente, Alfonso Fernández de Trocóniz, evoque lo que contempló cuando llegó. "No había ni balones para entrenar". De hecho, solo tenía a siete jugadores en nómina y ni siquiera entrenador. Mendizorrotza era un desierto de afición hasta que los goles y los ascensos devolvieron a la gente a las gradas. Pero no hace ni siete meses aún se barruntaban nubarrones cuando Bordalás dejaba forzado el banquillo y en poder de un Mauricio Pellegrino sin experiencia pero que volvía a la ciudad en la que colgó las botas diez años atrás.

El trabajo consistió en remozar el plantel con 17 caras nuevas apostando por las cesiones y jóvenes con talento como Marcos Llorente o Theo Hernández para edificar el rompecabezas en Primera. El empate en el Calderón con un golazo de Manu García para abir la temporada disipó las dudas y la inmediata visita al Camp Nou, con una histórica victoria gestada en la presión alta, la defensa adelantada y la osadía, amén de los goles de Deyverson e Ibai Goméz, un 'león' que acompaña en este viaje a otro 'exlehendakari' del Athletic, Gaizka Toquero, desataron la euforia. Ambos volverán a coquetear con la armada de Messi en una nueva finalísima copera.

"Ya que estamos en el baile, bailemos, soñemos", admite el técnico con la tarea liguera bien encauzada, a 14 puntos del descenso. El orden es su prioridad, el despliegue no se negocia a lo largo de un partido o entrenamiento y el lucimiento colectivo está por encima del personal. Son los mandamientos de una plantilla despojada de estrellas, con una inversión mínima de 5,7 millones en tres refuerzos, préstamos aparte, y que tiene el talón de Áquiles en las veces que pisa el área, algo que suple con la efectividad y un notable contragolpe.

Por nombres, si el portero Pacheco dio los puntos en Segunda, lo sigue haciendo en un escalón superior con paradas determinantes, mientras que en la retaguardia, Theo, que el curso anterior estaba en el juvenil del Atlético, se erige en una de las sensaciones respaldado por Laguardia. Pero la clave está en el centro del campo, donde Llorente es el mayor asistente y quien más balones roba, junto a Camarasa y Manu García. Deyverson, el pichichi, es en ataque el futbolista venerado por la hinchada por su coraje e intensidad.

APOYO DECISIVO DE LAS INSTITUCIONES

Pero el artífice de levantar a una entidad que hace más de medio lustro fenecía entre barrizales se llama Josean Querejeta (Lazkao, Gipuzkoa, 1957), aquel larguirucho exjugador de Madrid y Joventut que en 1988 tomó las riendas de un modesto equipo de baloncesto y lo incrustó en la élite europea engordando el palmarés sin freno. Se empeñó en trasladar su modelo de gestión al balón y he aquí los resultados, no sin detractores a la vista. A través de su grupo empresarial, posee el 83% de las acciones del Alavés aunque apartado de la primera línea institucional pese a que todo el entorno sabe que nada se hace sin su visto bueno.

La teoría de Querejeta consiste en compartir el éxito deportivo para el jugador y el empresarial para el club mediante la dupla invertir-vender. Por ello acabaron en la NBA los Scola, Nocioni, Splitter o Calderón. Antes, fue una cadena de tiendas de chucherías llamada Gretel la que le propició gozar de un respaldo financiero para adentrarse en el deporte y en el sector inmobiliario. No todo han sido luces ya que debió encarar la acusación de tramitar pasaportes falsos a dos jugadores estadounidenses, Mike James y Colton Iverson, y denuncias por impagos. Su quehacer, granjeándose el apoyo de todo color político, derivó en que las instituciones sufragaran los 30 millones de ampliación del Buesa Arena y ahora persigue que le costeen los 50 del nuevo Mendizorrotza que tiene en mente para el 2021, coincidiendo con el centenario del club.

Los enemigos señalan que "hace y deshace" sin que nadie se atreva a negarle nada, pero ha sido capaz de nutrir el pabellón de la canasta con 10.000 espectadores mientras otros 17.000 asisten al fútbol, es decir, el 10% de la población gasteiztarra. El éxito con el balón ha elevado la masa social del Alavés por encima de los 15.000 abonados y el presupuesto ronda los 50 millones de euros, el mayor en toda su existencia gracias a los 40 millones de los derechos televisivos. Otra meta del gurú, el proyecto de una ciudad deportiva. Todo, en medio de una euforia que a buen seguro Querejeta no desaprovechará en estos tres meses de andadura hacia la final que, si fuera por los deseos gasteiztarras, se disputaría en San Mamés. Con el espíritu del Westfallen Stadium.