El ascenso a Segunda División B que el CD Castellón tiene en su mano este domingo en Castalia (20.45 horas), después de que, con mucho sufrimiento, regresase de Portugalete en la posición ventajosa que le otorga el 1-1, sería algo más que un simple ascenso.

Porque los albinegros no solamente dejarían de militar en su suelo histórico --al fin y al cabo, esta Tercera División es la cuarta categoría del fútbol español, que no había pisado hasta el descenso administrativo del 2011--, sino que también serviría para que aquellos albinegros que han asistido a las amargas experiencias de las últimas campañas (Córdoba B en el 2013, Linares y Haro en el 2015, Gavà en el 2016 y Peña Sport en el 2017), se saquen esa espina clavada.

Se trata de un ascenso que el fútbol le debe a toda una generación de orelluts, los que tienen veintipocos, los adolescentes e, incluso, aquellos niños que, en su corta vida, se han visto obligados a derramar más lágrimas de tristeza que de alegría por el club de sus amores.

EL CONTRASTE // En los últimos 27 años, el Castellón ha sufrido cuatro descensos solo compensados por un ascenso. Ha pasado de estar en la élite, a su momento deportivo más bajo. De los dos años codeándose con Barcelona, Real Madrid y Valencia a principios de los 90, a bajar a Segunda A en 1991 y tres temporadas después, a Segunda B. Once años después, la resurrección y el regreso a Segunda A, con el último ciclo en el fútbol profesional (2005 a 2010). Con posterioridad, la debacle: descenso deportivo a la categoría de bronce en 2010 y, al verano siguiente, por impagos a Tercera.

12+1 AÑOS // Dos días después del Castellón-Portugalete, el gol de Manu Busto al Zamora y todo lo que conllevó, el regreso a Segunda A, cumplirá 13 años. Un tiempo que vale por toda una generación, que apenas ha tenido la oportunidad de festejar algo grande con el Castellón. Sí, hubo mucha fiesta en el 2006 con la sufrida permanencia en 2ª A, el liderato del grupo VI en Tercera en el 2015 pocas semanas después del subcampeonato nacional de la Copa RFEF... pero nada comparable a celebrar un ascenso.

De ahí el valor añadido que acarrearía la vuelta a la categoría de bronce en una hinchada que destaca por su baja edad media. Jóvenes aficionados que han crecido amando a los colores albinegros en algunos de los momentos más difíciles de su historia, en unos años en los que se ha temido seriamente por la supervivencia del club. Un fenómeno sociológico que subyace sobre el récord de abonados batido por los orelluts en Tercera en el ámbito nacional: cerca de 13.000. Por encima, incluso, de clubs de Segunda A y hasta de Primera...