Celebró Messi el gol como si no existiera un mañana. Celebró con gran rabia, el signo de un triunfo que es todo un tesoro. No era el Barça en su estilo porque Luis Enrique, al comprobar que el equipo moría por inanición, decidió dar un atrevido paso al frente. Optó por atacar en el Calderón con una línea de tres centrales, mientras se protegía atrás con cuatro defensas cuando el Atlético olía la sangre. Hubo media hora en que el campeón estaba moribundo, conectado por tubos a la respiración artificial, que le proporcionaba Ter Stegen, estando desconectado del balón. Y también del juego.

Andaba el Barça transitando por la cornisa, a punto de despeñarse en la Liga, con lo que eso implicaría en la Champions, más perdida que nunca, mientras Luis Enrique recuperó algo que parecía perdido. De pronto, y superando la depresión parisina y el aburrimiento con el Leganes, el Barça se reactivó. Diríase incluso que ganó como si fuera el Atlético de Simeone. Con el sudor impregnando el rostro de cada jugador, asumiendo que cuando no hay fútbol (y no hay), toca disfrazarse, tal obrero de un taller, de sol a sol, manchado de grasa.

VOLCADO // Apretó tanto el Atlético en la media hora inicial que el Barça se tuvo que colgar del larguero de Ter Stegen para salir indemne. De las manos del meta alemán y de los pies que parecían inacabables pulpos de Umtiti, capaz de llegar a todos los rincones del área. Por arriba, el central francés fue un coloso, transformado en un bombero echando botes de agua al incendio que proporcionaba el cholismo cada vez que atacaban. Atacaron mucho. Además, el césped, alto y seco, césped mourinhista, se erigió en otro aliado del Atlético, que entendió mejor que nadie el arranque de una tarde gobernada por los porteros. A las majestuosas paradas de Ter Stegen replicó después Oblak.

Superada esa tormenta, el Barça quiso meterse en el partido. Sin jugar a fútbol, eso hace tiempo que lo olvidó, apeló a otros valores. Aguantó esa media hora y después, guiado por las manos de Ter Stegen, los pies de Rafinha (un gol de barullo) y la fe, indesmayable como siempre, de Messi. Tras otro barullo, Leo decidió ganar un partido que vale mucho. Quién sabe si una Liga.

VALENTÍA // Tras cada rebote, el Barça, sobre todo en la segunda mitad, entendió que se estaba jugando la vida. Así, y tras el empate de Godín, que castigó un taconazo innecesario de Busquets , reaccionaron los azulgranas. Pero sobrevolando ese volcánico ambiente que sacudía el Calderón se levantó el Barça, inspirado por la valentía de Neymar, una valentía futbolística, sin dejarse intimidar por los defensas rojiblancos. A diferencia de lo que ocurrió en París, el campeón supo rebelarse, peleando contra sí mismo.